Hace cuarenta años formé parte de la delegación del MPAIAC a la conferencia del Comité de Descolonización de la OUA (hoy Unión Africana), celebrada en Tanzania. Domingo (un abogado de Las Palmas de Gran Canaria); Carlos (desertor de la Armada Española) y yo íbamos a Dar es Salaam a defender el derecho de autodeterminación de las Islas Canarias y a pedir ayuda militar para darle plomo caliente a los españoles. En el aeropuerto de Argel (la sede política del MPAIAC radicaba en Argelia) tuve un pequeño rifirrafe con un funcionario de migración por la cantidad de condones que llevaba. Nada exagerado, unos cincuenta, para tres usuarios durante varios días. Solucionado el problema le tocó el turno a Carlos. Lo detuvieron porque llevaba toda una gama de cuchillos. "Pero ¿cómo se te ocurre ir con eso?" -preguntó Domingo. "¡Coño! ¿No escuchaste a Cubillo que tuviéramos cuidado con un atentado?". Efectivamente Antonio Cubillo Ferreira, secretario general del MPAIAC, nos advirtió que permaneciéramos alerta. Que ni borrachos se nos ocurriera bajar en El Cairo durante la escala del avión de KLM. En esa época el gobierno egipcio estaba aliado con España contra Argelia.


Por fin nos embarcamos rumbo a Holanda, donde cambiamos de avión hacia Egipto y después a Tanzania. Horas de vuelo sobrevolando desiertos, sabanas, junglas. Desde el avión contemplamos el legendario monte del Kilimanjaro y la sabana cubierta de animales salvajes. Nos hospedamos en el hotel Kilimanjaro. Cada uno en su propia habitación. Carlos me retó: "¿Que no soy capaz de ir en pelota hasta la habitación de Domingo?". "Me apuesto un huevo a que no". Se quitó la ropa, yo le quité la llave de su habitación, y Domingo y yo salimos corriendo. Nos encerramos en mi habitación. Salió Carlos sin vergüenza de ningún tipo. Aquel fulano, grande como un castillo, rubio y de carnes blanquecinas, tocando en la puerta de mi habitación. "¡Abran, coño!". Aparecieron en escena varias camareras muertas de risa y algunos miembros de otras delegaciones extranjeras. Carlos siguió dando voces. Cuando no nos habíamos recuperado de aquella bonita anécdota, Domingo protagonizó otro escándalo. Estábamos abajo, en uno de los salones, tomando un refresco y viendo mujeres de un lado para otro. Domingo se encaprichó de una flacucha. Se marcharon juntos. Minutos después apareció cariacontedido. "¿Qué te pasa?" -preguntamos. "Esa cabrona, después que le pagué, me dijo que tenía el período y que no podía follar. No me ha querido devolver el dinero. Yo tampoco le he devuelto el abrigo". "¿Dónde lo tienes?" -pregunté. "En la habitación". "Vamos para arriba, yo soluciono esto en un periquete". Abrió la puerta del dormitorio y señaló el abrigo. Lo cogí y sin encomendarme a Dios ni a su primo lo arrojé por el balcón, con tan poca fortuna, que se quedó enganchado en uno de los mástiles donde estaban izadas las banderas de todas las delegaciones. "¡Me cago en todo lo que se menea!". Bajamos corriendo a la recepción, donde también estaba la prostituta quejándose porque no le daban el abrigo. Uno de los empleados del hotel salió con una escalera y recuperó el abrigo. Algunos huéspedes del hotel miraban con cara de asombro. "Mí no entender nada" -dijo uno. Fracasamos en la misión encomedada en el Comité de Descolonizacción, pero quizá no fue por la influencia de la diplomacia española (comprando la voluntad de varios Estados africanos para que votaran contra la Independencia de Canarias), sino por tanto vacilón. No nos tomaron en serio para empuñar las armas.


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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