CARIÑO TE TRATARÉ COMO UNA PERRA
Paquito Santana nació bajo la
mirada de la estrella del sur. De mozalbete buscó el amor de María Cristina,
una niña de trenzas rubias y sonrisa adorable. Juntos descubrieron la pasión de
jugar con las cometas mientras el mar los contemplaba desde el horizonte. Por
ella aprendió a bailar el ritmo del chipi-chipi. Pero María Cristina, cual
precoz "mariposa de amor", albergaba mayores ambiciones. Un día,
convertida en mujer, emigró a España, donde conoció a Jaime Salvatierra, un
fracasado.
Durante años, Paquito Santana vagó
errante con su guitarra, sus recuerdos, su condena. "Quizá fui yo quien no
le dio una noche completa, tal vez no la escuché, tal vez la descuidé". Pero,
mujeres, oh, mujeres tan divinas (no queda más remedio que adorarlas), la
esperanza llamó de nuevo a su puerta. Una mañana de verano cruzó la frontera
hacia el norte. En Lima cayó rendido en los brazos de Margarita. Se juraron
amor eterno a los acordes de la bonita canción Kingstown town. Pero
a ella la rondaba otro individuo, joven, brioso, simpático. El hijo le hablaba
en inglés y la hija en la lengua de Balzac. Cierto día, Paquito Santana lo
sorprendió en el dormitorio. "¡¡Me cago en tus muertos!! ¿Qué haces en la
cama?". Políglota, avispado en idiomas, huyó despavorido.
Paquito Santana, corazón de poeta y
alma de buen samaritano, odiaba la violencia, los improperios, las
obscenidades. Jamás nadie lo escuchó maldecir a la Santísima Trinidad. Mas sin
embargo no soportaba las confianzas de Políglota. Le dio un ultimátum a
Margarita. Políglota dejaba de formar parte de la familia, con derecho de
pernada incluso, y recuperaba su condición de perro (sólo le faltaba hacer la
declaración conjunta de la renta para ser un miembro de pleno derecho de la
unidad familiar), o Paquito Santana se iba a cantar rancheras por el mundo.
Margarita puso el grito en el cielo. "Políglota no está sucio porque no es
un perro callejero". ¡¡Señor, señor!! No era un perro callejero porque
cagaba y meaba en el jardín, en la cocina, en el comedor, y lo bañaban una vez
a la semana. Paquito Santana, un inadaptado a la madre naturaleza, un maniático
compulsivo, sin duda mala persona, no dijo ni pío. Rumiaba en silencio la pérfida
decisión.
Una noche encontró a Políglota
jugando con restos de papeles higiénicos... usados... Enseguida llegó
Margarita; Políglota brincó sobre ella, amoroso. Han pasado muchos años y
Paquito Santana no sabe aún si aquella noche besó a Margarita, a Políglota o
los restos de papeles higiénicos. De todas formas, una semana después dio el
paso definitivo. "Políglota, guapetón, vamos a dar un paseo". El
perro arqueó la ceja, ladeó la cabeza, dudó. "Vamos, vamos" -insistió
Paquito Santana. Partieron juntos al amanecer, en silencio. Políglota volvió la
vista repetidamente. Siempre acertó en sus presentimientos. Aquella mañana
también. Media hora más tarde, una cloaca sin tapa (como sucede habitualmente
en Lima, San Salvador o Bogotá) engulló a Políglota en medio de los pesarosos
ladridos. Lo rescataron cuarenta y ocho horas después con las patas tiesas y la
barriga hinchada. Desde entonces, Paquito Santana ha recuperado la sonrisa, las
palabras amables, la dulzura en la mirada. Benito Lopera.
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