La narcobatalla más sangrienta del continente no se vive en Michoacán sino en el centro de la capital colombiana: Ahí hubo cien muertos en menos de un año y en un espacio de sólo cuatro cuadras, las que forman el llamado Bronx, corazón del narcotráfico, la prostitución, el secuestro, la extorsión, la piratería y la pornografía, incluso infantil. Y la estrategia de esa guerra en el centro de Bogotá está cambiando: las mafias dejaron de aniquilarse entre sí y van ahora contra los funcionarios municipales que hacen su trabajo, trabajadores sociales y activistas.
BOGOTÁ (Proceso).- Es imposible contabilizar con precisión los cadáveres de la guerra en el Bronx bogotano: un espacio de sólo cuatro cuadras en el centro de la capital colombiana repleto de famélicos adictos al bazuco (cocaína, queroseno y metanol), ollas (narcotienditas) y pistoleros al servicio de los ganchos (mafias) que controlan el negocio criminal.
–Los pican, los trituran con una máquina de carnicería que le dicen “la licuadora” y echan los restos a las alcantarillas o se los dan a los perros –dice Álex, un sayayín (sicario) de El Gancho Mosco, la banda dominante en el sector.
El Gancho Mosco y El Gancho Homero, estructuras criminales lideradas por dos medios hermanos enemistados a muerte (Óscar Alcántara González, Mosquito y César González Díaz, Homero) libraron de inicios de 2012 a comienzos de 2013 un enconado combate. La fiscalía nacional estima en más de 100 el número de bajas de ambos bandos en esta peculiar miniguerra.
Hoy el escenario de lucha es más difuso y ya desbordó las sórdidas calles del Bronx. Los ganchos tienen en la mira a los funcionarios de la alcaldía de Bogotá, que intentan rescatar a los dos mil indigentes que deambulan y viven en esa cloaca urbana alucinados por la droga: El pasado 28 de septiembre dos sicarios asesinaron a Óscar Javier Molina, funcionario de la Secretaría de Integración Social capitalina. Los pistoleros del Bronx llegaron por la noche hasta su propia casa, en el populoso barrio La Aurora. Ya dentro le dieron tres balazos a quemarropa, dos de ellos en la cabeza.
Molina, un exadicto al bazuco y antiguo indigente que logró rehabilitarse, se dedicaba desde hace 14 años a rescatar a drogadictos vagabundos. Para los ganchos representaba la presencia del Estado en su territorio, un hecho que afecta un multimillonario negocio criminal.
John Jairo Álvarez es un activista social que administra un comedor comunitario en el Bronx financiado por la alcaldía. El pasado viernes 3 los sayayines (nombre tomado de los guerreros extraterrestres de la historieta japonesa Dragon Ball) de El Gancho Mosco le ordenaron cerrar el sitio, donde se ofrecen 600 almuerzos diarios a los drogadictos del sector. Sin dudarlo, obedeció.
Desde que en diciembre de 2012 abrió el local, ubicado a unos metros de la Calle 10 –la boca del lobo del Bronx–, las mafias lo tienen en la mira. Días después de la inauguración seis sayayines con armas de alto poder ingresaron al comedor Recuperarte, cuyo letrero ostenta el escudo de la alcaldía bogotana.
–Hay que cerrar esta vaina –le dijeron.
Él se negó y los pistoleros regresaron media hora después con cartuchos de dinamita y granadas.
–¿Vas a cerrar? –le preguntaron.
Álvarez cerró durante una semana. Y volvió a abrirlo. Dos días después de la reapertura los sayayines saquearon e incendiaron el local. Pero John Jairo es terco, temerario. La reparación del inmueble demoró un mes, tras el cual el comedor volvió a ofrecer almuerzos.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1942, ya en circulación)