Madrecita, Flor del Trabajo, Virgen Roja del Proletariado. María de los Ángeles Cano Márquez nació en Medellín, el 12 de agosto de 1887, cuando los "Mártires de Chicago" (inspiradores del Día Internacional del Trabajo) estaban siendo juzgados en EEUU. Toda una premonición en la vida de María Cano. Idealista, poetisa, revolucionaria, María Cano ha sido una de las mujeres más extraordinarias de Medellín, de Colombia, de América, aun cuando "la cultura machista predominante como la nuestra (Mario Arango Jaramillo, autor de "María Cano, Flor Eterna" la ha juzgado desde la derecha hasta la izquierda con toda suerte de prejuicios". María Cano vivió desde la infancia aires de libertad, justicia, democracia. El padre, Rodolfo Cano Isaza, rector de la Escuela Nacional de Varones, donde hoy se yergue majestuoso el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, uno de los rincones más bellos de "la tacita de plata" (como es conocida Medellín), constituyó un ejemplo de amor a las ideas de la Revolución Francesa. Las tertulias organizadas por Rodolfo Cano Isaza con pintores, abogados, escritores, políticos, ingenieros, pusieron en contacto a María Cano con el frenético movimiento político, literario y artístico de Medellín, una ciudad pequeña, ordenada y limpia. La calle de Bolivia (hoy convertida en un estercolero urbanístico, contaminada, sucia) brillaba por sus casas de tejados a dos aguas; fachadas pintadas de blanco; palmeras a un lado y otro de la calzada. El paseo de La Playa estaba regado de hermosas quintas y el monumental teatro Junín permanecía de pie, cuando la chifladura humana, la fiebre del desarrollo a costa de la belleza aún no había provocado su demolición. Floridos barrios como Belén, Prados o Buenos Aires y la estación del ferrocarril en la plaza de Cisneros, desde donde Medellín estaba en comunicación con el mundo a través del tren y el río Magdalena, navegable desde Puerto Berrío hasta la desembocadura en el Mar Caribe. Pero en aquel idílico Medellín, la mujer continuaba marginada, sometida por una sociedad mojigata y tradicionalista, conservadora. El Gobierno agravó la situación tras privatizar la enseñanza en beneficio de las órdenes religiosas. El padre de María Cano debió abandonar la Escuela Nacional de Varones y la familia se trasladó primero a una casa más humilde y después a otra en El Salvador, un barrio netamente popular. A la edad de doce años, María Cano vio partir hacia la Guerra de los Mil Días (desatada por el Partido Liberal contra las medidas represoras del Gobierno; los repetidos fraudes electorales y la corrupción administrativa) a su primo Tomás Uribe Márquez, más tarde excomulgado por criticar a la Santa Madre Iglesia, solidaria con el Partido Conservador). Tres años de muerte y destrucción, un acicate para los secesionistas panameños bajo el padrinazgo del Tío Sam y la imbecilidad del presidente José Manuel Marroquín Ricaurte solicitando tropas a EEUU para sofocar a los rebeldes liberales. La ruina de Colombia hizo posible la firma del Tratado Herrán-Hay (rechazado por el Senado de Colombia) porque los gringos fueron muy contundentes a la hora de amenazar a José Manuel Marroquí Ricaurte. Firmaba el tratado o los gringos destrozaban aún más a Colombia. A la muerte de los padres de María Cano (murieron con poco tiempo de diferencia entre sí), las tres huérfanas organizaron su vida. Una de las hermanas de María Cano empezó a trabajar como fotógrafa; la otra se hizo célebre como médium y María Cano asumió las faenas del hogar, además de leer libros de poesía y continuar la tertulia iniciada por su padre. Corría el año 1910 y Carlos Eugenio Restrepo Restrepo (quien más tarde dio nombre a la sección antioqueña de la Escuela Nacional de Policía, situada en un rincón feraz del municipio de La Estrella) tomó posesión como presidente de la República. La transformación urbanística, económica y política de Medellín se hizo notar. Nacieron varias organizaciones de obrero, artesanos y campesinos. También vio la luz el periódico "El Luchador". Asimismo, la bohemia (compuesta por jóvenes poetas, filósofos, músicos, abogados, periodistas) empezó a ser un dolor de muelas para la Santa Madre Iglesia. Aquel grupo de transgresores de las normas conservadoras fundaron la revista "Pamida", inspirada en el dios Pan o Dionisio, dios del vino y del relajo con las mujeres. Beber, follar (joder, chingar) y reír (se) de las costumbres imperantes. Uno de aquellos bohemios, Ricardo Uribe Escobar, más tarde nombrado director del periódico "El Correo Liberal", escribió un verso preñado de lirismo. Lo tituló "Las Cruces".

Las cruces que hay en el mundo

son trampas puestas por los hombres

para cazar a Jesucristo.

 

Es verdad que el Diablo le tiene

miedo a la cruz,

pero Jesucristo le tiene mucho más miedo

y huye donde ve una.

 

Esto le ocurre

desde aquella vez

que le pusieron esa condecoración

tan grande que se enredó en ella

y se murió.

            El implacable obispo de Medellín excomulgó a Ricardo Uribe Escobar, pero la belleza del poeta caló hondo en María Cano, quien fundó la revista "Cyrano", en honor de Cyrano de Bergerac, bohemio, visionario y aventurero. La vida de "Cyrano" duró apenas dos años. Tiempo más tarde, un contertulio de María Cano, dijo: "Siempre constituyó un misterio para mí cómo en semejante ambiente, saturado de poesía y bellas palabras, nació la Revolución". Después de "Cyrano", María Cano prosiguió su faceta literaria en el periódico "El Correo Liberal" (suspendido en 1926 por obra y gracia del obispo de Medellín). De la poesía dio el salto a la realidad de una sociedad en crisis. Descubrió la importancia del periodismo (democrático) como motor de ideas frente a los sinsabores del proletariado. Del director de "El Correo Liberal" leyó un libro (prohibido por el obispo de Medellín). Subrayó la siguiente frase: "Los derechos políticos son la salvaguardia de los derechos individuales, y nadie negará la humanidad de la mujer para privarla de los derechos individuales que todas las constituciones del mundo consagran justamente". María Cano abrazó la defensa de los derechos de las mujeres, de los trabajadores, de los antimilitaristas. Lo hizo de forma práctica, con los propios interesados. En la Biblioteca Municipal de Medellín, cada tarde participaba con grupos de mujeres, obreros y ancianos en la lectura de Balzac, Zola, Tolstoi, Vasconcelos, Tejada (Luis Tejada Cano, pariente suyo). Aquella experiencia le permitió descubrir Medellín, sus barrios marginales, la gente humilde, las casas sin agua potable. ¡¡Qué contraste entre un Medellín rico y un Medellín pobre!! Hoy subsiste la misma división (criminal) de la sociedad paisa. Lujo asiático en El Poblado y miseria en las comunas. María Cano, tras su iniciativa de organizar comités de auxilio para socorrer a los niños y viejos desasistidos, empezó a ser conocida por el nombre de Madrecita. "Llegó a ser una hada protectora" (Mario Arango Jaramillo). Aquella mujer, cercana a los cuarenta años de edad, dejó la poesía y las bellas palabras para transformarse en una agitadora de masas contra su propia clase. Tras la detención de Raúl Eduardo Mahecha Caicedo, líder de la huelga petrolera en Barrancabermeja, y encarcelado en Medellín para "suavizar" a los alborotadores de Bacarrancabermeja, ciudad distante muchas horas de Medellín, María Cano encabezó una manifestación frente a la casa del gobernador de Antioquia. La trayectoria de aquella mujer en defensa de las víctimas de la opresión política, económica y religiosa le valió ser nombrada Flor del Trabajo, precisamente en vísperas del Primero de Mayo. Ese día tomó la palabra en un acto público: "Soy mujer y en mis entrañas tiembla el dolor pensando que pudiera concebir un hijo que fuera esclavo". Visitas a fábricas, discursos en las calles, artículos en la prensa. María Cano se había convertido en la Virgen Roja del Proletariado. Criticó la pretensión del Gobierno de gravar con un tributo nuevo a las mujeres. "Si las mujeres no gozamos del derecho del sufragio ni tampoco podemos manejar nuestro patrimonio, me parece injusto que seamos objeto de atención de la Hacienda Pública". El ex presidente Carlos Eugenio Restrepo Restrepo, contrario a dicha pretensión del Gobierno, también intervino en el mitin respaldando a Maria Cano. La Virgen Roja del Proletariado empezó a viajar por Colombia. Tolima, Norte de Santander, Bogotá. En la capital de Colombia participó en el III Congreso Obrero Nacional. Allí conoció a Ignacio Torres Giraldo, el único hombre conocido de su vida. Bruto, ególatra y dictadorzuelo, así lo ha calificado Mariano Arango Jaramillo. Ignacio Torres Giraldo, más tarde nombrado secretario general del Partido Comunista Colombiano, escribió en su obra María Cano, mujer rebelde: "Todavía le quedaban maneras bohemias y cierto exhibicionismo ajeno a la modestia, discreción y respeto a las masas proletarias (...). Incluso le recomendé que no usara vestidos de telas floreadas, sin mangas y con escotes exagerados". ¿Por qué una mujer como María Cano llegó a convivir maritalmente con Ignacio Torres Giraldo? Nadie lo sabe aún. En el III Congreso Obrero Nacional se acordó fundar el Partido Socialista Revolucionario como alternativa a los partidos tradicionales. En 1927, bajo la presidencia de Miguel Abadía Méndez, los trabajadores petroleros convocaron una huelga, reprimida por el Gobierno. María Cano, dijo en un acto multitudinario: "¡¡Soldados de la Revolución!! ¿Olvidáis la lección escrita con sangre de nuestros hermanos y con llanto de huérfanos, viudas y ancianos desamparados? Vuestra acción será la respuesta". El Gobierno remitió a la Cámara de Representantes la proposición de la "Ley Heroica", una herramienta para allanar la sede de los partidos, sindicatos y periódicos y detener a los sospechosos de la "conspiración comunista". En la zona bananera, miles de personas se arrojaron a las calles en solidaridad con los huelguistas. La fuerza bruta del Gobierno dejó más de mil muertos. El Partido Socialista Revolucionario, por iniciativa de Tomás Uribe Márquez, proclamó la insurrección armada. Todos los dirigentes del partido (Ignacio Torres Giraldo, Raúl Eduardo Mahecha Caicedo, Manuel Quintín Lame, Tomás Uribe Márquez y María Cano) fueron encarcelados. Casi un año después, tras la defensa hecha por el abogado Jorge Eliécer Gaitán Ayala (asesinado en 1948 durante los sucesos del "bogotazo") de Tomás Uribe Márquez, hasta lograr su absolución, el resto de procesados fueron puestos en libertad. Ignacio Torres Giraldo, astuto, maquiavélico y oportunista, abandonó a María Cano y huyó a Moscú. Desde Rusia (sin amor) llegó a Medellín una delegación encabezada por el abogado Guillermo Hernández Rodríguez para depurar las responsabilidades de los dirigentes del Partido Socialista Revolucionario, tachados de "revolucionarios líricos" y "románticos idealistas". Ignacio Torres Giraldo salvó el pellejo por andar todavía en Moscú. Pero cuando regresó a Medellín se hizo cargo de la secretaría general del Partido Comunista Colombiano, un partido de corte estalinista. ¿María Cano? Dejó la vida política y consumió el resto de sus años en soledad. Nunca quiso engrosar las filas del Partido Liberal, precisamente por lealtad con en el Partido Socialista Revolucionario. María Cano es un ejemplo contra el "pragmatismo" de no pocos carpantas (muertos de hambre) de la política, hoy contigo y mañana con quien me dé un plato de lentejas. Los falsos profetas de la clase obrera colombiana han borrado su nombre de la historia. Sólo la Fundación Universitaria María Cano y Mario Arango Jaramillo la han sacado del pozo del olvido.

Santa María de Puerto Príncipe (hoy Camagüey) la vio nacer el 23 de marzo de 1814. La bautizaron con el nombre de María Gertrudis de los Dolores Gómez de Avellaneda y Arteaga. Nació de un matrimonio sin amor ni relajo. El capitán de navío Manuel Gómez de Avellaneda, oriundo de un pueblo de Sevilla, y Francisca Arteaga, criolla desde la cuna, contrajeron matrimonio por conveniencia. Ella le juró respeto y el hidalgo caballero, bastante mayor, comportarse en consonancia. Los rigores del clima y la nostalgia empujaron a Manuel Gómez de Avellaneda a hacer planes de retorno a la Madre Patria. Pero no consiguió ver realizada su meta por la negativa de Francisca, tan apegada a la tierra cubana. Murió pocos años después. Para entonces, Gertrudis despuntaba como niña precoz. Talento para traducir a Voltaire, talento para leer a Chateaubriand, talento para estudiar a Quintana. Componer poemas, declamar en francés, representar comedias. Ni muñecas ni juegos con las demás niñas. La desaparición del padre la sumió en la melancolía. Más aún cuando la madre cayó rendida en los brazos del teniente coronel Isidoro Escalada y López de Peña. El escándalo saltó a la literatura. Rafael Marquina (autor de "Gertrudis Gómez de Avellaneda, La Peregrina"), escribió: "Gertrudis no había secado aún las primeras lágrimas tras la muerte de su padre, cuando las sintió acibaradas por el enojo y la desilusión. Un gran desengaño le hundió el alma en la amargura de ceniza. La señora Francisca Arteaga había quedado en apetecible buen punto de mujer rica y joven y harto bella. En la ciudad de Puerto Príncipe, de reducida sociedad y ámbito casero, aunque prócer, la viuda joven, bella y rica fue enseguida para el ocio de los zánganos, y aun para el runruneo activo de los abejones, tentación adorada del panal rezumante. Se hizo en torno a ella corro de adoradores y guirnalda de madrigales. Los galanes rendidos y ponderativos ejercitaron sus seducciones, extendieron sus ardides, portaron el rendido amor eterno que súbitamente les brotaba, ante el triste suceso, no del todo trágico de la muerte del cumplidor caballero don Manuel Gómez de Avellaneda, que, en prenda del buen gusto y hondo señorío andaluz, dejaba sobre la tierra de Cuba viuda tan apetitosa y discreta y abastecida". El matrimonio de la madre hundió a Gertrudis aún más en su carácter tacirturno, solitario, idealista, y despertó en ella un irrefrenable deseo por conocer Sevilla, España, donde no pudo descansar para siempre Manuel Gómez de Avellaneda. Nunca quiso a su padrastro, pero años más tarde se convirtió en su aliada. El militar español también echaba peste del clima tropical, las enfermedades caribeñas, la vida en las insalubres guarniciones. El 9 de abril de 1836 partieron rumbo a Burdeos a bordo de la fragata "La Bellochan". La despedida de Cuba, quizá para siempre, le inspiró el soneto "Al Partir".

¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!

¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo

La noche cubre con su opaco velo,

Como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir!... La chusma* diligente,

Para arrancarme del nativo suelo

Las velas iza, y pronta a su desvelo

La brisa acude de tu zona ardiente.

¡Adiós, patria feliz, edén querido!

¡Doquier que el hado en su furor impela,

Tu dulce nombre halagará mi oído!

¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...

El ancla se alza...  el buque, estremecido,

Las olas corta y silencioso vuela!

Desde Burdeos zarparon hacia La Coruña, donde no hizo migas con la familia del padrastro. Dos años permaneció en la ciudad gallega envuelta en un infierno. Tuvo, sin embargo, un brote amoroso con Ricafort, hijo de un general del Ejército. El primer brote afloró en Puerto Príncipe, a la temprana edad de quince años. Loynaz tenía por nombre el soltero más rico de la ciudad. De Loynaz escrigió Gertrudis años más tarde: "Su talento era muy limitado, su sensibilidad común, sus virtudes muy problemáticas". Con Ricafort sucedió lo mismo. Rafael Marquina explicó así la mentalidad de Ricafort: "Amaba a la mujer, pero no toleraba a la poetisa; tenía miedo de la escritora, de su talento, quizá por su menguada cultura, como más tarde reconoció la propia Gertrudis, y de nuevo surgió la situación dilemática. El dilema, a la vez patético y dulce, manso y encendido. Gertrudis amó a Ricafort desde el primer momento. Fue como un flechazo, el relámpago inmediato, la pujante fulminación de la pasión arrolladora. Un amor digno del arrebatado temperamento de la poetisa. Pero cuando Gertrudis escrutó la mirada, apareció el dilema. ¿Versos otra vez? - protestó Ricafort. Es mi única vocación, mi placer -replicó ella. No me explico tu empeño. ¿Qué lograrás cuando tengas reputación literaria? Te atraerás la envidia, las calumnias, las murmuraciones". El hermano la sacó del atolladero y juntos abandonaron La Coruña, rumbo a Cádiz por vía marítima. De la "tacita de plata", Gertrudis, dijo: "Nada vi, nada vi. Sólo vi a Cádiz, linda, esbelta, coqueta". Finalmente arribaron a Sevilla, a Constantina, donde nació su padre. Un hermano de Manuel Gómez de Avellaneda la quiso desposar con un vejestorio, amo de un rica hacienda. Ella se negó y abandonó la villa. En Sevilla devoró libros, publicó sus primeros versos, dio a luz a su pseudónimo de "La Peregrina". "En el momento de su llegada a Sevilla -escribió Rafael Marquina-, en la fraganccia de sus veinticuatro años, aquella hermosura estaba en todo su brillante apogeo. Era de buena estatura, más bien alta; de cuerpo admirablemente modelado, que no había deformado aún la abundancia de carne. En torno a ella, gallardísima, los hombres se dejan arrastrar hacia el encanto de las evocaciones, y las mujeres se hunde ante su voz aterciopelada". En Sevilla, durante uno de sus recitales poéticos, Gertrudis conoció a un caballero, Antonio, Antonio Méndez Vigo, un trastornado. Sólo la había visto ese día, pero el hombre quedó prendado del romanticismo de la poetisa, la voz acaramelada, la temperancia del espíritu. Se acercó a ella: "Te quiero, te adoro con todo el corazón. No me desprecies. Ampárame porque no puedo arrancarme del pecho esta pasión que es toda mi vida. Quiéreme, soy todo tuyo para siempre. Arráncame el alma, mátame, si no puedes quererme. Sin tu amor no quiero la vida. Rafael Marquina reflejó así la reacción de la poetisa: "Gertrudis se echa para atrás removiendo en el aire una onda fragancia. Siente piedad de aquel gran tumulto romántico, de aquella gran pasión, de aquel sincero amor turbulento y frenético. Dice palabras suaves y halagos corteses. Pero el muchacho, loco de amor, insiste y persiste ardiente de amor. Una vez más te aconsejo calma -dijo ella-. Veremos, acaso seré tuya más adelante. No desesperes. Una triste sonrisa -prosiguió Rafael Marquina- perfumada en los labios del doncel romántico y enamorado madrigal de su gratitud temerosa... Si no logro tu amor -insistió-, me quitaré la vida". Antonio desapareció de su vida en beneficio de Ignacio de Cepeda y Alcalde, abogado y hombre rico. Gertrudis bebió de nuevo la cálida esencia del amor. Mantuvieron un romance apasionado, pero con altibajos. Cepeda tuvo miedo y se apartó de ella. Gertrudis escribió: " "¿Existe el hombre que pueda llenar esta sensibilidad tan fogosa como delicada? En vano lo he buscado durante nueve años. He conocido hombres, hombres todos parecidos entre sí; ninguno ante quien postrarme y decirle: Tú serás mi Dios sobre la tierra, tú, mi dueño absoluto, dueño de mi vida apasionada". Pensando en Cepeda compuso el soneto "Para Él".

No existe lazo ya: todo está roto:

Plúgole al cielo así: ¡bendito sea!

Amargo cáliz con placer agoto:

Mi alma reposa al fin: nada desea.

 

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:

¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!

Que tantos años de amarguras llenos

Trague el olvido; el corazón respire.

 

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo

Una vez y otra vez pisaste insano...

Mas nunca e labio exhalará un murmullo

Para acusar tu proceder tirano.

 

De graves faltas vengador terrible,

Dócil llenaste tu misión: ¿Lo ignoras?

No era tuyo el poder que irresistible

Postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

 

¡Quísolo Dios y fue: gloria a su nombre!

Todo se terminó: recobro aliento:

¡Ángel de las venganzas! Ya eres hombre..

Ni amor ni miedo al contemplarte siento.

 

Cayó tu cetro, se embotó tu espada...

Mas ¡ay! ¡cuán triste libertad respiro!

Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,

Y en honda y vasta soledad me miro.

 

¡Vive dichoso tú! Si en algún día

Ves este adiós que te dirijo eterno,

Sabe que aún tienes en el alma mía

Generoso perdón, cariño tierno.

 

En 1840 se trasladó a Madrid, donde ya gozaba de fama como autora de obras de teatro, novelas, poesía. En Madrid conquistó la gloria y un nuevo fracaso amoroso. Se llamaba Gabriel García Tassara, poeta también. Engendraron una hija. Mas cuando la niña nació el amor ya había muerto. También murió ella tiempo después, víctima de una afección cerebral. En 1846, Gertrudis contrajo matrimonio con el gobernador de Madrid. Pero no tardó ni tres meses en quedarse viuda. Después de un retiro piadoso en el convento de Nuestra Señora de Loreto, regresó a la bulliciosa sociedad madrileña. Tertulias, estrenos, recitales. En 1855 entró en su vida un apuesto coronel de Artillería, Domingo Verdugo y Massieu, nacido en La Laguna (Tenerife) y nombrado ayudante de campo de Francisco de Asís de Borbón, marido de la reina Isabel II, un poco mariquita según declaró ella misma. El noviazgo pronto terminó delante del altar. Ella, Gertrudis, coqueta, se quitó tres años para igualar la edad del militar. Tres años más tarde lo destinaron como gobernador de Cienfuegos, en Cuba. En la isla, Gertrudis dirigió la revista literaria "Álbum cubano de lo bueno y de lo bello". El marido de Gertrudis murió en 1863 y ella quiso ingresar de nuevo en un convento. El hermano la disuadió. Embarcaron de nuevo con destino a España. Cayó enferma de salud y soledad. El 1 de febrero de 1873 falleció en la casa madrileña de la calle Ferraz. Murió sola y casi sola la enterraron. Dos o tres amigos para despedir a una gloria de la literatura española. José María Rodríguez de Cepeda, denunció el silencio del ayuntamiento de Sevilla. "Ni una calle ni una plaza ni una triste placa recuerdan en Sevilla a una de las voces más hondas de la poesía romántica española".

COCO CHANEL (1)

De origen campesino, Albert Chanel (padre de Coco Chanel) heredó la raza del abuelo, quien ante los avatares de la vida transformó su modesta granja en un rincón para el ocio de los parroquianos. Se llamaba "El Cabaret". En realidad fucionaba como prostíbulo y taberna. Primero los hombres disfrutaban de un mantecado (polvo, kiki) con una damisela (o con una señora de bigote) y luego resfrescaban el gaznate con un vaso de vino acodados en el mostrador de la cantina. Pero la industrialización de Francia dejó vacía la aldea. Uno de los vástagos de aquel abuelito emprendedor se hizo buhonero y padre de diecinueve hijos, a uno le puso de nombre Albert, también vendedor ambulante. Albert planeaba continuamente nuevos y prósperos negocios, pero la suerte nunca le hizo caso. Andaba de la ceca a la Meca buscando el sueño dorado. De fonda en fonda y de ciudad en ciudad apareció Jeanne Devolle en su vida. Ella no pudo resistir el ardiente temperamento de aquel seductor comerciante de todo y también abrazó la profesión de mercachifle. Se instalaron en Saumur, ciudad plena de prestigio gracias a la escuela de equitación. Los mejores jinetes de Francia se formaban en Saumur. Caballeros de porte y damas hermosas. El mejor sitio para montar un negocio de moda. Albert y Jeanne se dedicaban a la venta de hilo, dedales, agujas, tijeras, botones. La mercería estaba instalada en un tendere en el suelo de cualquier plaza o calle. Dos años después de haber llegado a Saumur, el 19 de agosto de 1883, nació en el hospicio Gabrielle Chanel. La madre de Gabrielle se cargó de hijos y enfermedades. Murió a la bíblica edad de treinta y tres años. Los hijos varones fueron encomendados a varios granjeros (para terminar siendo esclavos) y las hijas ingresaron en el orfanato de Saint Étienne d'Obazine, una ruinosa abadía del siglo XII. "LLévame contigo -suplicó Gabrielle-. No me dejes aquí&quoot;. "Vendré a buscarte más adelante y volveremos a tener una casa" -respondió Albert Chanel. Jamás regresó. Las monjas del Sagrado Corazón de María le enseñaron a rezar el rosario, a cantar villancicos y a bordar. Una de las hermanas de Albert Chanel no dejó solas a las sobrinas y de vez en cuando iba a visitarlas. También se las llevaba temporalmente a su casa. En el desván de la tía Louise, Gabrielle fabricó su escondite secreto mientras devoraba revistas de moda, folletines amorosos y novelas de viaje. Soñaba con la libertad, huir del orfanato, dejar atrás los gruesos muros de piedra románica de la vieja abadía. Cuando nació la Belle Époque, Gabrielle ingresó en el colegio de Notre Dame, en Moulins. Dos años en el internado y después a trabajar como dependienta en una tienda de ropa. Empezaron a rondarla soldados y oficiales de la X Guarnición de Cazadores de Caballería. No se mordió la lengua con un sargento enamorado porque odiaba las cejas tipo Breznev. "¿No ha pensado nunca recortarse las cejas?". Tampoco soportaba la barba sin afeitar durante veinticuatro horas de los hombres velludos. Con veinte años de edad simultaneaba el trabajo como modista y la canción en un tugurio de nombre La Rotonde, frecuentado por militares, bohemios y mujeres ligeras de cascos. En La Rotonde la bautizaron Coco Chanel. En 1905 se trasladó a Vichy, una ciudad noble y adinerada. Ofreció sus servicios como "reina del escenario" al director del Alcázar. El hombre no tuvo reparo en mandarla a clases de canto. Pero la música no iba a ser decisiva en la vida de Coco Chanel. Transcurridos varios meses el profesor de canto le dijo: "Tienes voz de pajarito; te fallan los gestos y además estás en los huesos". Empezó a trabajar en las fuentes termales. Con uniforme blanco, toca blanca y botas de agua blanca daba de beber a los sedientos veraneantes, sobre todo a las señoras de avanzada edad. En esa época nació la moda Coco Chanel sin saberlo ella misma. Dejó de usar el tormentoso corsé y los sombreros de ala grande. Amaba la equitación y disfrutar el ambiente del hipódromo. "¡¡Qué vida tan hermosa!!" -exclamó una tarde en presencia de Étienne Balsan, oficial de Caballería. "Tengo un castillo en Royallieu, y caballos -respondió el militar-. Todo eso puede ser tuyo también". Aceptó de inmediato. El castillo estaba rodeado de bosques y ciervos. Pero ella no logró ser feliz más allá de la primera semana. El castillo se convirtió en un picadero (lugar donde los hombres cabalgan a escondidas a las mujeres del prójimo) para los amigos del oficial residentes en Paris, donde los fines de semana dejaban solas a sus esposas. El olor a tanta carne humana atrajo a Emillienne d'Alençon, cantante de provecho, vieja amante de Étienne Balsan y más puta que las gallinas según la prensa rosa. La rival de Coco Chanel (a quien la modista veía como una "anciana" de treinta y tres años) se convirtió en la mejor representante del estilo de sombreros diseñado por ella. Sombreros, chaquetas entalladas, faldas de caída recta, camisas marineras, jerseis deportivos, pantalones femeninos (una provocación en la época) dieron nombre a Coco Chanel en el mundo de la moda. Pero continuaba aburriéndose en el tálamo parrandero con Étienne Balsan. Una mañana de mayo partieron de caza a Pau, en las estribaciones de los Pirineos. Conoció a un caballero inglés. "Quitaba el aliento" -escribió Katharina Zilkowski, autora de la obra "Coco Chanel". Arthur Capel encadiló a Coco Chanel por su estampa e insolencia en la mirada. Entre aquellos ojos verdes y ella no fueron necesarias las palabras. El fulano en cuestión recordaba a Clark Gable. Boy (apelativo del caballero) poseía caballos, tierras, barcos. Empezo a frecuentar el castillo de Étienne Balsan con malas intenciones. Tipo culto, sedujo aún más a Coco Chanel hablándole de literatura, política, economía. Las mejores fotografías de la modista hasta entonces se las hizo junto a Boy. Los ojos de ella brillaban de amor y transparencia. Decidió separarse del oficial de Caballería. "Amorcito lindo -dijo-. ¿Me dejarías tu apartamento de París para montar una tienda de sombreros?". Tras un momento de indecisión, el calzonazos respondió afirmativamente. Por fin en el número 160 del Boulevard de Malesherbes, Coco Chanel y Boy Capel bramaron como brama muchas noches el volcán Arenal, en Costa rica, para desvelo de turistas y viajeros. Boy estaba prendado de Coco Chanel, pero su amor por el arte, por las mujeres bien hechas, dio pie a Paul Morand para escribir la novela "Lewis e Irene", basada en la relación del caballero inglés y la diva de la moda francesa... "Siempre necesitaba mujeres, mujeres para estudiarlas, para colmarlas de regalos, para engañarlas, para educarlas, para destruirlas, para descargar en ella su enojo, para calentar las sábanas (...). Con la meticulosidad de un amante obsesivo, Lewis llevaba el registro de sus mujeres. Número 411, Georgette Halphen, veintiocho años, pelo oscuro, muy endemoniada, fuma puros. En el coche, frente a la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, se le antojó un mantecado (revolcón). Número 412, Ernestine Reonir, diecisiete años, trabaja en una quesería, tiene pecas. La conocí por la mañana y por la tarde la invité a dar un garbeo (paseo) por el bosque. No dejé nada en el plato. Número 413, Alice Berthe, veitisiete años, enfermera, casada, neurótica. Mucho pecho, pero no importa"... Coco Chanel descubrió la sensualidad halagadora por ser la número uno en la vida de su amante insaciable. Hizo todo por mantenerlo a su lado, incluso compartirlo a sabiendas. A principios de 1910 formalizaron la relación estrenando vivienda en los Campos Elíseos. No pasaba ni una noche sin asistir a un concierto de música clásica o una obra de teatro. Coco Chanel cultivó la amistad de cantantes y actrices. Isadora Duncan despertó en ella la ilusión de convertirse en bailarina. Contrató a una profesora de danza en Montmartre. Pero no estaba hecha para rivalizar con la bailarina californiana. En 1912 Europa se preparaba para un sangriento estadillo de violencia. Boy intuyó el peligro y propuso emigrar a Devauville, en la costa normanda, frente a Inglaterra para salir a escape cuando la situación se tornara insoportable. En Devauville Coco Chanel abrió una sucursal de la tienda de sombreros. Pero no sólo de sombreros. La baronesa Kitty de Rothschild, la actriz Cécile Sorel y Antoinette Bernstein, entre otras damas de alto copete, empezaron a vestir la ropa diseñada por ella. La prensa continuaba encumbrándola. El 28 de junio de 1914, Gavrilo Princip, miembro de la organización serbia Mano Negra, mató al archiduque del Imperio Austro-Húngaro. La I Guerra Mundial dejó de ser una amenaza. En Deauville sólo quedaron mujeres. Mujeres ordeñando vacas, mujeres trabajando en las fábricas, mujeres conduciendo (manejando) camiones. Aquellas mujeres necesitababan ropa holgada como los uniformes de guerra de los hombres. Coco Chanel proveyó de ropa a las mujeres de Deauville. Su hogar se convirtió en un gran taller de costura. También Boy Capel sumó grandes beneficios gracias a la guerra. Coco Chanel necesitaba estar cerca del gallito del corral porque su ausencia la sacaba de quicio. Se consideraba la dama del harén, pero a finales de 1916 le devolvió 300.000 francos. "Ya no te debo nada" -dijo ella. Boy Capel no la había comprado. Ella había comprado su libertad con el dinero prestado por su caballero inglés. Pero el vertiginoso éxito determinó su temperamento y agudizó sus temibles cualidades. "El estilo soy yo" -dijo retando a sus competidores, casi todos hombres por supuesto. Paul Poiret no encajó bien la soberbia de "la costurera de la pobreza del lujo".Pero el estilo de Coco Chanel atravesó países y océanos. En Nueva York, "Harpers's Bazaar", escribió: "La mujer que no posee por lo menos una prenda Chanel está decididamente fuera de la moda". En 1917 Coco Chanel recibió un mazazo. Boy Capel había sido nombrado secretario de la sección británica del Consejo de Versalles, un puesto de mucho honor y formalidad. Necesitaba contraer matrimonio urgentemente. Lo hizo con la señorita Diana Wyndham, hija del barón Ribblesdale, viuda y enfermera de guerra. Diana y Boy Capel se conocieron en el frente. "Mi pequeña Coco no debe ponerse triste -dijo Boy mientras le daba la buena nuevaa-. Nada cambiará entre nosotros". Nada cambió hasta el 23 de diciembre de 1919. Soplaba viento gélido cuando se despidieron. No volvieron a verse porque un accidente de tráfico en la carretera dejó sin vida a Boy Capel. No pudo llorar la muerte durante las exequias. Lo hizo desesperadamente junto a los restos del vehículo convertido en un amasijo de hierros. Juró no volver a querer a nadie como lo había amado a él. Pintó de negro las paredes de la alcoba y transformó su mansión en un mausoleo de la soledad. Durante meses permaneció amodorrada en la cama, sin levantarse apenas, sin permitir la entrada a nadie. Transcurrido un tiempo cambió de morada para sacudirse los recuerdos. En esa época las mujeres ya fumaban como carreteros, usaban el pelo corto y tomaban baños de sol en la playa. La influencia de Coco Chanel continuaba marcando la pauta en la emancipación femenina. A mediados de 1920, Misia Sert tomó las riendas de la vida de la modista. "Prepara las maletas. Nos vamos a Venecia". Entre puentes, góndolas y palomas la desconsolada Coco Chanel encontró tiempo para tomar té con galletas de mantequilla con Sergei Diaghilev, una figura del ballet ruso. Estaba flojo de dinero y deseaba reponer "La consagración de la primavera", su obra maestra. Coco Chanel le hizo entrega de 300.000 francos con la condición de no decírselo a nadie. Pero no tuvo fortuna Sergei Diaghilev porque su principal bailarín y amante terminó en el diván de un psiquiatra y más tarde en los brazos de una hembra de rompe y rasga. A raíz de su estancia en Venecia Coco Chanel se convirtió en una mecenas de muchos rusos. Mecenas y amante. Músicos, pintores, literatos. Durante una reunión con sendas amigas, una de ellas le ofreció a su novio. "Si quieres te lo dejo. A mí me resulta muy caro mantenerlo". Se trataba del duque (venido a menos por culpa de los bolcheviques) Dimitri Pavlovich, sobrino del "malogrado" zar Nicolás II. Además de comérsela en el tálamo parrandero como Dios manda, Dimitri contribuyó sin saberlo quizá a la gloria de Coco Chanel. Primero le presentó a un químico proverbial en la creación del perfume Chanel número 5 y después al productor cinematográfico de la Metro Goldwyn Mayer. De la influencia rusa de sus amantes en la moda de Coco Chanel quedó numerosos testimonios. Pero volvió a las raíces británicas tanto en la moda como en las relaciones sexuales. Hugh Richard Arthur, segundo duque de Westminster, inauguró esta nueva etapa anglófila de Coco Chanel. También se mató en la cumbre de su noviazgo. Más tarde conoció a Paul Iribe, de origen vasco. Siguió los pasos del duque inglés y estiró la pata en una pista de tenis. El 26 de abril de 1936, el Frente Popular ganó las elecciones. "La burguesía tiembla de miedo". Aquella mañana Coco Chanel llegó a la sede parisina de su emporio. "Ocupada" rezaba un cartel en el escaparate de la tienda. "¿Ocupada? -preguntó Coco Chanel-. ¿Ocupada por quién si yo soy la dueña?". No la dejaron pasar ni hablar con la delegada de la ocupación. "¿Delegada? ¿Qué cargo es ese? ¿Cómo no voy a poder entrar en mi propia casa?". "¡¡Lo sindicatos al poder!!" -vociferaban los manifestantes. Según la biógrafa de Coco Chanel, por haber pagado mayor sueldo que otros competidores tuvo problemas con madame Lanvin, quien la acusó de quitarle a sus operarias. Pero ahora la delegada no la dejaba entrar en la empresa. Coco Chanel despidió a las 300 activistas y cedió una mansión en la playa a las demás empleadas. La II Guerra Mundial provocó la ocupación de Paris por parte de las tropas alemanas. Hans-Günther von Dincklage, trece años más joven, conquistó el corazón de Coco Chanel como antes conquistó el corazón de medio Paris. Las mujeres hablaban y no paraban sobre sus conocimientos en el tálamo parrandero. ¿Don Juan o espía? Avanzada la guerra, Coco Chanel ofreció su mediación entre Hitler y Churchill a través de su Casanova. Operación "Sombrero Modelo" se llamó el plan. Un fracaso porque los contactos de Coco Chanel la dejaron con las posaderas a la intemperie. Concluida la guerra Coco Chanel salvó el pellejo gracias a una carta de Winston Churchill. Durante varios años vivió exiliada en Suiza. Pero añoraba su patria. Regresó con la fuerza de una amazona a principios de 1954 a pesar de sus setenta y un años de edad. Tremendo revuelo. Se peleó con todo el mundo, especialmente con los pederastas e invertidos como denominaba a la mayor parte de modistos, intelectuales y artistas residentes en Paris. También echó mano de un camarero. François Mironnet se llamaba aquel muchacho oriundo de Normandía. Una noche lo elevó a la noble condición de amante. Coco Chanel continuaba su camino irreversible hacia la muerte. Pero en 1968 tuvo un arrebato de rebeldía y se lanzó a las calle para ver por sus propios ojos la "Revolución de Mayo". En presencia de los policías antidisturbios de la CRS, exclamó: "¡¡Dios mío!! ¡¡Qué hermosos son esos escudos!! ¡¡Son como los de la Edad Media!!". La sombra de Coco Chanel no dejó nunca de recorrer el mundo. Pero aquella mujer de tanto poder e influencia, dijo antes de fallecer: "Estoy sola, sin marido, sin hijos, sin nietos". El óbito se produjo el 13 de enero de 1971

(1) Basado en "Coco Chanel".

____________________________________________________________


RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

AGENCIA BK DETECTIVES ASOCIADOS

AGENCIA BK DETECTIVES