HISTORIA DE LOS SERVICIOS SECRETOS

Por Rafael Sánchez Armas  

El cometido teórico de un servicio secreto abarca la doble función de obtener, elaborar y distribuir los datos procedentes del enemigo y proteger la información propia frente a la acción del adversario. Los enemigos de los servicios secretos son los servicios secretos de los países beligerantes, los servicios secretos de los países aliados y todos los servicios secretos de la misma nacionalidad. "El espionaje no sólo existe para descubrir los secretos del enemigo, sino incluso los secretos de los aliados", ha dicho Alexandre de Marenches, ex director del Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje de Francia". Los servicios secretos de cualquier rincón del planeta trabajan en la divisoria entre la legitimidad y la delincuencia. Intentan proteger la legalidad del Estado vulnerando los derechos de los ciudadanos. Tres verbos han conjugado los hombres desde su más remota existencia en las cavernas: comer, fornicar y espiar. Nunca se hubiera desarrollado la especie sin cumplir dichas funciones. La domesticación de los animales, el cultivo de la tierra o la forja de metales basaron sus técnicas en la observación del entorno. El espionaje es una actividad más de las tantas practicadas por los hombres en el terreno de la política, la estrategia militar o la economía. Se convierte en delito cuando lo deciden los gobernantes, jueces y legisladores. Ramses II, Julio Cesar o Alejandro Magno usaron la información como arma preliminar de la guerra. Personajes como Josué, David o Moisés aparecen en la Biblia relacionados con frecuentes casos de espionaje. Desde la Edad Antigua, los agentes secretos han tenido como misión averiguar la situación política, militar y económica del enemigo a través del estudio de los tratados y convenios de cooperación internacionales, los conflictos bélicos, las rivalidades fronterizas, los procesos de colonialismo, los enfrentamientos dinásticos, la ruptura de la unidad del territorio, los golpes de Estado, las guerras de guerrillas, las directrices para la defensa militar del Estado, el número de fuerzas y su distribución, los sistemas de armas, la operatividad de los Ejércitos, las líneas de suministros, las revueltas sociales, étnicas y religiosas, la clase de recursos y materias primas, el tipo de producción económica, las infraestructuras públicas, el número de trabajadores sin empleo, la política tributaria, las relaciones comerciales con el exterior, las reservas en oro y divisas, la deuda financiera, etcétera.

BRITÁNICOS EN LA HISTORIA

Las sucesivas hordas mongólicas, los conflictos feudales, la rivalidad por la hegemonía en Europa y la conquista de nuevos mundos hicieron de los servicios secretos una herramienta imprescindible para los monarcas y estrategas de la guerra, aunque supeditados durante mucho tiempo a los agentes con rango de militar de campaña y a los diplomáticos. En la segunda mitad del siglo XVI, Francis Walsingham, secretario de Estado de la reina Isabel I y pionero del Servicio Secreto de Inglaterra, dio un giro a la hora de reclutar a sus agentes. La Embajada de Inglaterra en París se había convertido en una fuente privilegiada de información sobre los grandes rivales de la reina de la dinastía Tudor: franceses, españoles y escoceses. Pero no todos los embajadores cumplieron su misión con fidelidad. Edward Stafford, vigilado de cerca por los hombres del secretario de Estado, vendió a Felipe II cierta información sobre los planes y maniobras de la flota naval inglesa. Francis Walsingham no se quedó de brazos cruzados y redactó The Plot for Intelligence out of Spain. Se trataba de un plan destinado a recopilar noticias de la Corte de España por medio de agentes secretos, embajadores, viajeros y comerciantes. Flandes, Italia y Venecia, gracias a sus vínculos territoriales con el Imperio Hispánico, se llenaron de confidentes al servicio de Walsingham. La operación de la Armada Invencible quedó al descubierto mucho antes de zarpar, pero el océano jugó una mala pasada a los buques españoles en el canal de La Mancha, y el cuerpo expedicionario mandado por Alejandro Farnesio de Parma, presto en Flandes a desembarcar en Inglaterra tan pronto como la flota inglesa partiera al encuentro de los buques españoles, no pudo acometer el objetivo de invadir Inglaterra por sorpresa. Dos años después, murió Francis Walsingham, pero dejó marcada su huella entre decenas de novelistas y poetas ingleses, convertidos en voluntarios del Servicio Secreto por una mezcla de patriotismo y aventura, tradición mantenida fielmente por muchos aristócratas, escritores, artistas y científicos británicos a lo largo del tiempo. Daniel Defoe, Benjamin Franklin, Graham Green, John le Carre, Ian Fleming y tantos otros son ejemplos de la seducción del espionaje entre los británicos. Tras Walsingham, John Thurloe también se convirtió en un obstáculo para los planes expansionistas de los monarcas españoles. Contratado por Cromwell, dejó su despacho de abogado en Essex y emprendió la tarea de hacer del Servicio Secreto de Inglaterra la más poderosa máquina de obtener información en Europa. Thurloe es quizá el más claro ejemplo del poder de la información. Sucesivamente se hizo cargo de la Dirección de Correos, de la Secretaría de Estado, del Ministerio del Gobernación, de la policía, del Ministerio de Asuntos Exteriores, del Servicio Secreto y del Ministerio de la Guerra. Jesuitas y hebreos coparon un buen número como agentes de Thurloe. El soborno y la inducción a la deserción constituyeron sus mejores armas para obtener información. En el siglo XIX, los servicios secretos europeos trabajaron incansablemente para neutralizar la influencia marxista, el nacionalismo y los continuos brotes revolucionarios. Wilhelm Stieber, agente a las órdenes de Federico Guillermo IV de Prusia, también organizó la policía secreta rusa, un instrumento de terror para defender los intereses del zar y su corte. Miles de rusos, polacos y ucranianos se instalaron en Gran Bretaña huyendo de los métodos de la Oknrana zarista. Londres se convirtió en un hervidero de refugiados y agentes secretos rusos. En 1897, uno de aquellos hombres, Sidney Reilly, nacido parece ser en Odessa, ingresó en el Servicio Secreto Británico. No sólo destacó como agente secreto sino como mercenario, viajero y empleado de mil oficios. Mujeriego y brillante como el capitán de la marina Mansfiel Cumming (una leyenda en la historia del Secret Intelligence Service), nunca gozó de la confianza plena del jefe del MI-6, como también es conocido el SIS. Gustaba de no dejar testigos de sus acciones. En San Petersburgo, la despechada esposa estuvo a punto de dar al traste con su porvenir como agente secreto. Reilly trabajó denodadamente contra la Revolución Bolchevique hasta su extraña desaparición, no se sabe si fusilado por los rusos; convertido voluntariamente en comunista o captado por los bolcheviques tras haber sido descubierto como inductor de sabotaje y terrorismo. El origen de la infiltración y posterior expansión de la red de agentes rusos en el MI-6, muchos historiadores la relacionan con la desaparición de Reilly, máxime tras las supuestas declaraciones de un desertor ruso, el general Walter Krivitsky, antes de morir en un hotel de Londres con un disparo en la nuca. El falso suicidio quedó hecho añicos mucho después, cuando se hizo público el escándalo sobre el "círculo de Cambridge". A principios del siglo XX, el servicio secreto del "canciller de hierro" Otto Eduardo Leopoldo Bismarck-Schoenhausen se convirtió en una amenaza para la seguridad del Reino Unido gracias a la oleada de agentes enviados a Londres. Cuando el Gobierno y el Parlamento descubrieron el riesgo de no controlar a tiempo la copiosa recopilación de datos hecha sobre fábricas, barcos y comunicaciones por los agentes de Bismarck, el estadillo de la I Guerra Mundial estaba a la vuelta de la esquina. El MI-5 nació como órgano militar de contrainteligencia del Imperio Británico y el capitán Vernon Kell recibió la orden de dirigirlo con mano dura. Durante su jefatura, el MI-5 no rehusó la contratación de rufianes, prostitutas y delincuentes. Consiguió la modificación de la Ley de Secretos Oficiales y un generoso presupuesto. En los albores de la II Guerra Mundial, el MI-5 contaba con varios miles de agentes y colaboradores. Entre las personas vigiladas por los hombres de Kell estaban los dirigentes de las organizaciones de voluntarios internacionales en la guerra civil española. Cuando las tropas de Hitler invadieron Checoslovaquia, acción no condenada por la Europa libre y democrática, el MI-5 detuvo a seis mil ex combatientes antifranquistas residentes en Gran Bretaña por miedo al rebrote solidario. Pero más tarde, cuando Europa estaba bajo el riesgo de caer bajo la dominación del III Reich, muchos de aquellos detenidos engrosaron las filas del SOE. El coronel Steward Menzies, recién nombrado jefe del SIS, se hizo cargo de organizar el SOE (Special Operations Executive) con el objetivo de provocar sabotajes, revueltas y asesinatos en la Europa ocupada por las tropas alemanas. "¡Pegad fuego a Europa!", exclamó Winston Churchill ante el ministro de Guerra británico. El SOE tuvo tres directores desde 1940 hasta 1945: Frank Nelson, Charles Hambro y Colin McVean Gubbins. El SOE colaboró activamente con la Office of Strategic Service de EEUU y menos con la Deuxieme Bureau (precursor de la Direction Générale des Services Spéciaux) por la actitud recelosa e independiente del general De Gaulle, exiliado en Londres. Tanto el cuartel general como diversos centros de selección y formación se hallaban en Baker Street, inmortalizada por las novelas de Sherlock Holmes. El SOE llegó a reclutar miles de comandos para luego ser enviados en aviones clandestinos hasta la costa francesa y después proseguir por sus propios medios o con la ayuda de la Resistencia hasta la zona de Francia ocupada, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Yugoslavia. Los hombres del SOE estaban familiarizados con toda clase de técnicas y tácticas de guerrilla: tiro de combate, manejo de explosivos, criptografía, transmisiones por radio, falsificación de documentos, paracaidismo, supervivencia. Las operaciones del SOE en combinación con la OSS (precursora de la CIA) contribuyeron decididamente a la derrota del III Reich. Gertrude Marguerite Zelle-Mcleod, más conocida como "Mata Hari", ha sido el agente secreto más novelesco de cuantos han popularizado el cine y la literatura. Pero nadie ha provocado tanta controversia como Kim Philby, una leyenda en el misterioso mundo del espionaje. Unos lo han considerado un soldado al servicio del comunismo y otros lo acusaron de traición a la patria. Reunía todas las condiciones para moverse en la sombra: metódico, tenaz, conspirador, astuto, curioso, sociable, observador. Nació el primer día de 1912, en la región india de Punjab, donde el padre trabajaba como funcionario del Servicio Civil Indio. Llegó a Londres a la edad de siete años e ingresó en Westminster como becario del rey. En 1929 se trasladó a Cambridge para estudiar en el colegio de Trinity, donde ya despuntaban los alumnos Burgues y Blunt. En 1931, Macleand cerraría el cuarteto más tarde conocido como el "círculo de Cambridge". Siendo miembro de la Sociedad Socialista de la Universidad de Cambridge, conoció a Maurice Dobb, alma mater de la célula del Partido Comunista de Gran Bretaña. La situación en Europa no podía ser más alarmante: hambre, disturbios, xenofobia, represión, atentados, censura de prensa. La inflación modificaba cada minuto la paridad de las monedas europeas. Para algunos, sólo había dos alternativas: religión o comunismo. En 1932, Burgues, Blunt (primo hermano de la futura reina Isabel II) y Macleand tomaron partido por la lucha de clases; Kim Philby no. Un año después, a raíz de un viaje por Hungría, Francia y Alemania, se entrevistó con Maurice Dobb, quien lo recomendó ante la Comisión Mundial de Ayuda a las Víctimas del Fascismo Alemán. Tras una breve estancia en París, la organización lo envió a Viena, donde colaboró con Alice en la huida de muchos judíos perseguidos por la Ley Marcial y por la Gestapo. El 24 de febrero de 1934, Alice y Kim Philby contrajeron matrimonio para evitar el arresto de la joven. Emprendieron viaje a Londres, donde un emisario de Stalin, informado del coraje y la lealtad de Philby en Austria, lo captó para los servicios secretos soviéticos. Su misión consistía en infiltrarse en el Secret Intelligence Service, cuya colaboración con la CIA le iba a permitir conocer los planes económicos, militares y diplomáticos de EEUU. Comenzó a fraguarse una personalidad derechista como redactor de Rewiew of Reviews. Su espectacular viraje no sorprendió a Burguer, con quien coincidió en la Asociación Anglo-Alemana, cobijo de antisemitas, magnates de los negocios y aristócratas simpatizantes de Hitler. La Asociación Anglo-Alemana, un auténtico valladar contra el comunismo, mantenía hilo directo con el Ministerio de Propaganda del III Reich. En 1936, bajo la cobertura de corresponsal de The Time, partió hacia España, donde cubrió la guerra desde el bando franquista. Cada semana enviaba puntualmente su cándido artículo. En realidad, su misión consistía en recabar información de primera mano para después transmitirla al SIS. Engañó al mismísimo Franco, quien le otorgó la Cruz Roja al mérito militar. Mientras Alice había buscado consuelo en los brazos de un alemán refugiado en Londres, Kim no desaprovechó sus dotes para cortejar a Lindsay-Hogg, actriz canadiense enamorada del sol, los toros y la comida mediterránea. La Guardia Civil estuvo en un tris de acabar prematuramente con la trayectoria de Philby como agente secreto. Milagrosamente, los miembros de la Benemérita no descubrieron la libreta donde tenía anotado el código del Servicio de Inteligencia ruso, a quien también informaba sobre la guerra civil española. En 1939, "cautivo y desarmado el Ejército rojo", regresó a Londres y entabló amistad con Aileen, una rubia muy risueña y cariñosa. Francia, Gran Bretaña y EEUU dominaban el mundo. Alemania y la URSS pretendían lo mismo. Estalló la II Guerra Mundial, y por fin Kim Philby ingresó en el Servicio de Inteligencia Secreto como instructor de la Escuela de Adiestramiento de Beaulie, cuyos alumnos iban destinados a la sección D del SIS, encargada de fomentar la resistencia contra los alemanes mediante actos de sabotaje y subversión, cometido poco después compartido con los comandos del SOE. Más tarde, aprovechando su puesto como decifrador de los códigos del enemigo, prestó un servicio incalculable a la URSS. En aquella época, los enviados de Hitler y Churchill negociaban en secreto la firma de un armisticio a espaldas de los soviéticos, y nadie en Occidente iba a levantar la voz contra la posterior invasión del territorio ruso por las tropas alemanas. Kim Philby alertó al NKVD (predecesor del KGB) y la URSS consiguió variar el curso de la guerra. Finalizada la contienda, fue nombrado jefe del Departamento 9, encargado de la contrainteligencia soviética. Teóricamente, debía combatir las operaciones del KGB en suelo británico, pero en realidad actuaba como un apéndice del mismo. Los agentes de Kim Philby en Moscú captaban a los disidentes soviéticos y después "el maestro de espías" los delataba. Se ignora el número de soviéticos fusilados como resultado de la sucesiva desmantelación de redes clandestinas antisoviéticas. En 1949, tras un período de dos años al frente del SIS en Turquía, bajo la tapadera de funcionario del consulado británico en Beirut, lo destinaron a Washington como oficial de enlace entre la CIA y el SIS. Excepto Blunt, en la capital de EEUU se dieron cita todos los miembros del "círculo de Cambridge". El FBI no daba abasto: Burguer continuaba siendo un personaje estrambótico y Macleand permanecía bajo sospecha desde la fuga de cierta información sobre tecnología nuclear y el proyecto de creación de la OTAN. La precipitada huida de Burguer y Macleand a Moscú puso en un brete la seguridad de Kim Philby. Peter Wrigt, más tarde director adjunto del MI-5, señaló a Philby como el tercer hombre de Moscú. En Lecoufiel, sede del Servicio de Contraespionaje británico, ni lo acusaron ni lo absolvieron, pero durante varios años permaneció suspendido de empleo y sueldo. En 1955, el SIS lo rehabilitó aparentemente, quizá con la intención de convertirlo en agente doble. Lo mandaron a Beirut como corresponsal en Oriente Medio de los diarios The Observer y The Economist. Contrajo matrimonio por tercera ocasión. La boda provocó un revuelo entre los periodistas extranjeros acreditados en Líbano porque Eleanor era la cónyuge del corresponsal de The New York Times. Durante varios años dedicaron la mayor parte del tiempo a recorrer la zona. Pero Kim Philby ya no gozaba de la confianza de sus jefes y sin duda no iba a lograr el viejo sueño del KGB: ascender a la jefatura del SIS. Tanto la CIA como el MI-5 continuaban acechando sus pasos, y en 1963, temeroso de ser detenido, embarcó en un carguero soviético rumbo a Odessa. En Moscú cayó prendado de las buenas maneras de Melinda, la insatisfecha mujer de Macleand, y años más tarde, ya en la pendiente de la vida, conoció a Rufina Pujova, con quien terminó casándose. El 11 de mayo de 1988 emprendió el último viaje. Los funerales tuvieron lugar frente al cuartel general del KGB. Miles de ciudadanos le rindieron homenaje a los acordes de la Marcha fúnebre de Chopin. Muerto Kim Philby y descubierto Blunt como el cuarto hombre, Peter Wriht, "el cazador de espías", apuntó a Roger Hollis, ex director del MI-5, como el quinto topo del KGB. Si hubo un sexto hombre o no, Kim Philby se llevó el secreto a la tumba.

NACIMIENTO Y DESPEDIDA DEL KBG

El origen del Comité de Seguridad del Estado (KGB) se remonta a principios de siglo. Tras la victoria de la Revolución Bolchevique, Feliks Dzerhinsky fundó la Chezvytchaiais Kommisia, más conocida como Cheka, para combatir la contrarrevolución, los sabotajes y la especulación. Amparado en el escudo del Partido Comunista, llegó a decir: "Estamos obligados a conquistar al enemigo, aunque nuestra espada caiga accidentalmente sobre la cabeza de los inocentes". La espada y el escudo, símbolos del KGB, reinaron setenta y cinco años en la URSS. Hasta la muerte de Stalin, los servicios secretos de la URSS funcionaron con distintos nombres: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, NKGB, MGB. En 1953, Lavrenti Beria, un avezado en purgas y deportaciones, fusionó el MGB (Ministerio de Seguridad del Estado) y el MVD (Ministerio de Asuntos Interiores) y tomó el mando del emergente Komitei Gosudarstvennoi Bezopasnosti (KGB). Pero casi no tuvo tiempo de calentar el sillón de director en el cuartel general de Lubyanka. La conspiración de Molotov, Krushev y Malenkov dio con sus huesos ante un paredón de fusilamiento siguiendo la estela de los antiguos directores de los servicios secretos Genrikh Yagoda y Mikhail Yezhov, acusados de traición y prácticas sanguinarias. El nuevo director del Comité de Seguridad del Estado, Ivan Serov, tampoco duró mucho tiempo en el cargo. Las intrigas y rivalidades entre el KGB y el GRU (Servicio de Información del Estado Mayor General del Ministerio de Defensa) provocaron su marginación y posterior suicidio. Aleksandr Shelepin, Petr Ivashntin y Vladimir Semichastny ocuparon sucesivamente la dirección del KGB hasta el nombramiento de Yuri Andropov. Su impronta marcó durante quince años el devenir del KGB. El Quinto Directorio Principal nació en el ecuador de su mandato con el objetivo de sofocar la disidencia; el nacionalismo en Ucrania, en las repúblicas caucasianas y en Lituania; la emigración de judíos hacia Occidente y el brote religioso. Los enemigos del régimen corrían el peligro de sufrir la cárcel, el destierro a Siberia o el fusilamiento. Los más afortunados terminaron recluidos en alguno de los trescientos y tantos hospitales psiquiátricos dependientes del KGB. En Moscú, el Instituto Serbsky lo dirigía el coronel Daniif Lunntr. Su nombre aparecía en el cuadro médico destinado a suministra drogas a los "enfermos". A mediados de 1972, el científico Andrei Sakharov escribió al comité central del PCUS: "El empleo de la psiquiatría con fines políticos es extraordinariamente peligroso por sus consecuencias en la sociedad, y completamente intolerable". Acabó siendo uno de los apestados del régimen. Históricamente, el personal de inteligencia del KGB ha sido reclutado entre las filas del Partido Comunista; del Instituto Estatal de Relaciones Exteriores; del Instituto de Idiomas Extranjeros y de la Universidad "Patricio Lumumba", donde cursaban estudios miles de alumnos procedentes de los países del COMECOM. El móvil del reclutamiento no se diferenciaba del resto de los servicios secretos: patriotismo, compromiso ideológico y sueldos elevados, amen de buenos destinos en el extranjero, viviendas confortables y veranear a cuerpo de rey. Los agentes operativos en el exterior de la URSS se dividían en legales (diplomáticos, corresponsales de prensa y delegados del Gobierno y organismos públicos) e ilegales bajo identidad falsa. A veces, los agentes ilegales tardaron varios años en borrar su rastro trasladándose sucesivamente de un país a otro hasta desembocar en los Estados Unidos, donde algunos desempeñaron un papel importantísimo en el campo del espionaje o tejiendo nuevas redes de colaboradores. La penetración del KGB ha sido detectada en los niveles más estratégicos de la defensa, la industria y la sociedad norteamericanas. El FBI no ha dado abasto descubriendo agentes clandestinos soviéticos. La ONU y sus múltiples agencias han sido el segundo objetivo del KGB. En 1948, el subsecretario de la Organización Mundial de la Salud pertenecía al KGB, y a mediados de los años sesenta, Viktor Lessiovsky, agente de inteligencia, consiguió ser nombrado secretario particular del mismísimo secretario general de la ONU. Tiempo después, Yeugeuni Pitovranov, vicepresidente de la Cámara Soviética de Comercio, muy conocido en las convenciones, ferias y certámenes internacionales, fue descubierto como antiguo director de la Escuela de Inteligencia del KGB. Todos los corresponsales de TASS, Novosti, Pravda, Izvestia, Tiempos Nuevos, New Times o Asia and Africa trabajaban para el KGB, así como algunos directivos o delegados de Intourist o Aeroflot. Según las estimaciones de Luis M. González-Mata Lledó, ex agente español del Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno (SECED), el presupuesto manejado por el KGB en la década de los años setenta se aproximaba a dos mil millones de rublos, casi medio billón de pesetas, con los cuales pagaban los gastos tanto del cuartel general de Lubyanka como de la nueva sede del Primer Directorio Principal (Servicio de Inteligencia Exterior), situada a quince kilómetros de Moscú. Más de medio millón de directivos, oficiales, analistas, colaboradores, administrativos, secretarias y técnicos. El acopio de información tecnológica lo realizaban el KGB y el GRU bajo las directrices del VPK o Comisión Militar Industrial, organismo dependiente del Consejo de Ministros para el desarrollo y coordinación de la industria soviética. Para hacer frente a la poderosa maquinaria del espionaje de la URSS, en 1949, la OTAN y Japón crearon el COCOM (Comité Multilateral de Control de la Exportaciones). Hoy, desmantelado el Pacto de Varsovia, Estados Unidos ha levantado el embargo a Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia, nuevos socios de la OTAN. La omnipresencia del KGB ha sido absoluta. Durante décadas mantuvo a raya a los considerados desviacionistas del PCUS; en 1964 provocó la caída de Nikita Krushev y en 1982 aupó a la presidencia del Consejo de Ministros a Yuri Andropov. Sin embargo, en 1991, Vladimir Kriuchkov, penúltimo director del KGB, fracasó estrepitosamente en el golpe de Estado contra Mijail Gorbachov. Ese día, el KGB cavó su tumba, pues en las postrimerías de 1991, Vadim Bakatin, sustituto de Vladimir Kriuchkov, disolvió el tenebroso KGB dando paso a dos nuevos organismos: el Servicio Central de Inteligencia, dirigido a obtener, procesar y distribuir la información exterior, y el Servicio Interrepublicano de Seguridad, organismo de contraespionaje. Yeugueni Primakov y el propio Vadim Bakatin cogieron las riendas del nuevo servicio secreto. Pero la desintegración de la URSS había iniciado la cuenta atrás. Hoy, la Agencia Federal de Seguridad ha tomado el relevo de la vieja organización y los vigilantes del edificio de Lubyanka, antiguo centro penitenciario de Moscú (convertido durante décadas en el cuartel general del KGB), ya no visten el tradicional uniforme del Cuerpo de Tropas de Fronteras del Comité de Seguridad del Estado, sino los remozados atuendos zaristas. Después de sustituir a Viktor Ivanenko en la Agencia Federal de Seguridad, Nikolai Kovaliov es el nuevo dueño de los servicios secretos rusos. La desaparición del KGB ha originado una desbandada de agentes y colaboradores. Los más avispados encontraron refugio en las organizaciones mafiosas y en los servicios secretos occidentales. No hace mucho tiempo, Elena Semionova, ex traductora de castellano en el KGB, brindó su cuerpo desnudo a los lectores de Interviu por cincuenta mil pesetas, algo más de trescientos dólares USA.

LA TENEBROSA CIA

No es el servicio secreto más eficiente, pero sí el más poderoso. En 1995 manejó un presupuesto cercano a los 30.000 millones de dólares. Concluida la II Guerra Mundial, el presidente Truman dio luz verde al general Donovan para transformar la OSS (Overseas Security Service) en la Central of Intelligence Agency. Desde entonces "la compañía" ha tenido como misión asesorar al presidente del Gobierno en política militar y diplomática a través del Consejo Nacional de Seguridad; también prevenir las amenazas y adoptar las medidas en el control de las instalaciones estratégicas de los Estados Unidos de América. Espionaje y contrainteligencia exterior; seguridad ofensiva y seguridad defensiva. Dos caras de la misma moneda: conocer todo del enemigo y neutralizar al mismo tiempo su capacidad de información. El cuartel general de la CIA se halla en Langley, a menos de veinte kilómetros del epicentro de poder más absoluto de la tierra: Casa Blanca, Capitolio y Pentágono. Cuenta con bases en todo el mundo. En Embajadas norteamericanas, en centros militares de países aliados, en oficinas comerciales como tapaderas. En Europa, Radio Liberty constituyó durante "la guerra fría" el mayor bombardero de intoxicación y propaganda destinado a los ciudadanos del Pacto de Varsovia. A través de su historia, la CIA ha provocado la ira hasta de los propios norteamericanos. Su diabólico carácter intervencionista en el Tercer Mundo valiéndose de sabotajes, subversión de gobiernos democráticos y asesinatos de dirigentes políticos ha desencadenado masivas campañas de repulsa contra sus acciones encubiertas. En 1973, Nixon nombró director de la CIA a James Schlesinger con la misión de poner orden en "la compañía". El nuevo DCI despidió a más de mil funcionarios y cambió la doctrina del espionaje norteamericano. El "caso Watergate" dio al traste con su labor renovadora y hubo de presentar la dimisión. Pero aún tuvo tiempo de sonrojarse con el golpe de Estado del general Pinochet. Desde 1970, Richard Helms, antecesor de James Schlesinger como DCI, andaba conspirando contra el gobierno socialista de Salvador Allende. Entre bambalinas contaba con el soporte de grandes empresas norteamericanas: Pepsi Cola, International Telephone and Telegraph, Anaconda, Esso Standard, Chase Manhattan Bank, Ford Motor, Bank of America… Después del golpe de Estado en Chile, Richard Helms ocupó una plaza como directivo en el Banco Mundial. Nicaragua, República Dominicana, Cuba, Guatemala, Granada, Panamá… Desde Río Grande hasta la Patagonia, América Latina ha sido tradicionalmente el patio trasero de los intereses financieros de Wall Street. La revolución castrista puso a Cuba en el punto de mira de la CIA. El Departamento de Defensa USA no se conformó con suprimir la cuota de importación de azúcar cubana ni con impedir la venta de petróleo norteamericano ni con establecer un severo bloqueo económico contra la isla. También la CIA ha sido acusada de propagar plagas de moho entre los cultivos de tabaco; epidemias de fiebre porcina en la ganadería y enfermedades oculares a los habitantes de Cuba. La frecuencia e intensidad de dichas calamidades no han pasado desapercibidas para algunos congresistas norteamericanos, quienes, en 1969, provocaron una discusión sobre los planes de la Agencia Central de Inteligencia por usar masivamente armas biológicas contra el pueblo y la agricultura de Cuba. En 1960, Allen Dulles, DCI de "la compañía", comunicó a Kennedy el objetivo de la "operación Bahía Cochinos". El joven presidente de EEUU no podía comenzar de forma más prometedora su mandato: capturar con vida o con los pies por delante al quisquilloso barbudo Fidel Castro Ruz. Dio el visto bueno. Aviones camuflados y soldados de fortuna reclutados en Miami pusieron rumbo hacia el estrecho de Florida. La urgente intervención del Consejo de Seguridad de la ONU y la heroica resistencia de los milicianos cubanos truncaron el desembarco de los mercenarios. La capacidad de la CIA para evaluar, analizar e interpretar la información quedó en ridículo. No sería el último fiasco en aquella época. La divulgación de los informes del comité Church y la comisión Rockefeller sacaron de quicio a la Casa Blanca sobre los tejemanejes de la CIA. La década de los años sesenta quedó marcada por la sonora deserción de varios oficiales de la CIA. Philip Agee no se limitó a dar un portazo sin más; también contribuyó a desvelar los intríngulis del Departamento de Operaciones, el más comprometido en las acciones de sabotaje, asesinatos y guerra psicológica (difamación, chantaje). No es casual la trascendencia del Departamento de Operaciones en el organigrama de la CIA: Dulles, Helms o Colby, antes de asumir el puesto de DCI, dirigieron dicho departamento. Las revelaciones de Philip Agee hicieron temblar los cimientos de Langley. Durante veinte años, el autor de La compañía por dentro perdió la nacionalidad norteamericana y ningún país de la OTAN toleró su presencia más allá de cuarenta y ocho horas. En Nicaragua, instruyó a los sandinistas en el modus operandi de los agentes de operaciones especiales de la CIA a la hora de sabotear los transportes públicos y la producción en las fábricas. Ha sido uno de los fundadores del Boletín Informativo de Operaciones Encubiertas, un dolor de muelas para los oficiales duros del espionaje norteamericano. La CIA no es el único servicio de inteligencia y contraespionaje de EEUU. Otras agencias con similares objetivos son la DIA, el FBI y la DEA. Pero teóricamente, la CIA no puede actuar en territorio USA. Cuando el Servicio de Contrainteligencia, adscrito al Departamento de Operaciones, detecta una amenaza exterior (terrorismo, espionaje tecnológico, etcétera), la CIA deja en manos del FBI la adopción de las medidas pertinentes. Sin embargo, las relaciones entre ambas agencias no siempre han discurrido en medio de una balsa de aceite por la predisposición de la CIA a meter el hocico en el devenir cotidiano de políticos, artistas o intelectuales norteamericanos "ligeros de cascos" (Martin Luther King, Lillian Helman, Marlon Brando, Charles Chaplin, Bertolt Brecht). La CIA tiene prohibido intervenir en EEUU, pero una de las secciones de la División de Áreas es la conocida Domestic Operations. En 1987, Reagan, coincidiendo con el escándalo "Irangate" (el dinero procedente de la venta ilegal de armas al régimen de Jomeini sirvió para financiar la guerrilla contrarrevolucionaria de Nicaragua) y aprovechando la muerte de William Cassey, quiso atemperar la rivalidad entre la CIA y el FBI nombrando a William Webster, hasta entonces director del FBI, como nuevo DCI. Las fuentes de reclutamiento del personal de la CIA son las tradicionales en cualquier servicio secreto del mundo: militares, universitarios, periodistas, abogados, prostitutas de alto copete, mafiosos, dirigentes de ONG, policías, maleantes, turistas. Entre los oficiales de la CIA prima el ideario de la patria y las excelentes perspectivas salariales; también la vanidad, el deseo de aventura, la esquizofrenia. Los responsables del espionaje con cobertura del Gobierno son diplomáticos, corresponsales de prensa y delegados oficiales. Gozan de inmunidad frente a las autoridades de los países destinatarios. Los candidatos son investigados concienzudamente: patrimonio, desavenencias conyugales, ambiciones, hábitos, inclinaciones sexuales, creencias religiosas, pasatiempos, amistades. Ningún rincón del alma queda a merced del azar. Una funcionaria enloquecida de amor o un sindicalista despechado son carne de cañón para el chantaje o la venganza y se entregarán en cuerpo y alma a quienes colmen sus deseos e intereses. Para la CIA, todas las personas tienen su talón de Aquiles, y por lo tanto un precio. De ahí las rigurosas medidas de selección y formación de sus oficiales. Los colaboradores de la CIA (soplones de los agentes oficiales de la CIA) no pasan por tan rigurosos controles, pero en caso de traición pueden terminar con la cabeza fuera de sitio o con las tripas a la intemperie.  En la Escuela de Contrainsurgencia de Fort Gulick (trasladada en 1984 desde Panamá hasta Fot Benning, en Georgia), los militares latinoamericanos o "tigres" completaban su formación en evasión y supervivencia; en técnicas de interrogatorio a comunistas y revolucionarios clavándoles astillas de madera en las uñas o inyectándoles burbujas de aire en las venas y en asesinatos expeditivos sin dejar huella. Muchos "tigres" ingresaron en la CIA, como el general panameño Manuel Antonio Noriega Morena, hoy recluido en una prisión de alta seguridad norteamericana por tráfico de drogas. Las técnicas de tortura empleadas en Vietnam, como las denunciadas a raíz de la "operación Phoenix", salieron de la Escuela de Contrainsurgencia de Fort Gulick, según reconoció William Colby, ex director de la CIA. El mafioso Sam Giancana culpó a la CIA de planificar el asesinato de Marilyn Monroe con un supositorio de Nembutal, más efectivo porque no dejaba rastro en el estómago ni en el riñón. Lionel Grandison, entonces juez del condado de Beverly Hills, también ha reconocido la existencia de presiones oficiales para falsear el certificado de muerte por "suicidio". Los detectives privados Fred Otash y John Danoff, contratados por Jimmy Hoffa, mafioso y jefe del Sindicato de Camioneros, confesaron en su momento haber colocado micrófonos en el apartamento de Marilyn Monroe para espiar a Robert Kennedy. Las comprometidas confidencias hechas a la actriz por el hermano del presidente norteamericano precipitaron los acontecimientos. "La rubia de América" murió para evitar su posible testimonio a la prensa. Tradicionalmente, el Vaticano ha dado cobertura a los asuntos de la CIA. Lo denunció en su día Philip Agee y lo ha reiterado el periodista Carl Bernstein, quien ha acusado a Juan Pablo II de colaborar con "la compañía" para hundir el régimen político existente en Polonia en los años ochenta, y en definitiva, desestabilizar la estructura del Pacto de Varsovia en favor de la OTAN. Los escándalos son un terreno abonado en la CIA. No cesan. En 1995, el Comité de Inteligencia del Senado provocó la dimisión de James Woolsey como DCI por la incompetencia de "la compañía" al no detectar a tiempo al agente doble Aldrich Ames, jefe de la División Soviética Oriental de la CIA. Dos años más tarde, John Deutch, sustituto de James Woolsey, también dimitió como resultado de la detención por agentes del FBI de Harold Nicholson, jefe de la Unidad Especial Antirerrorista de la CIA e instructor de las últimas promociones de agentes de "la compañía": trabajaba para los servicios secretos rusos. Después de la caída del Muro de Berlín, la CIA ha reorientado sus objetivos. En 1991, George Bush, afirmó: "Debemos tener una agencia de espionaje para impedir el robo de nuestra tecnología o el rechazo de nuestras reglas económicas en el mundo". En realidad se trataba de un mensaje cargado de solidaridad planetaria: blanco para mí y negro para ti. Varios agentes de la CIA han sido expulsados recientemente de Francia y Alemania por realizar espionaje económico y tecnológico.

QUÉ FUTURO TIENE EL CESID

Poco antes de matarlo ETA, el almirante Luis Carrero Blanco dio luz verde a la creación del Servicio Central de Documentación (SECED), dependiente de la Presidencia del Gobierno, con el fin de obtener información sobre las ambiciones democráticas de los universitarios, trabajadores y políticos españoles y la guerra contra ETA. El teniente coronel de Artillería José Ignacio San Martín López (uno de los artífices del fallido golpe de Estado en 1981) se convirtió en su primer director, pero cayó en desgracia tras la explosiva desaparición del presidente de Gobierno Luis Carrero Blanco. Lo sustituyó el comandante de Infantería Juan Valverde Díaz. Durante su mandato, Franco concitó una oleada de protesta por la ejecución de tres guerrilleros de ETA y dos militantes del FRAP. Esta circunstancia y las actividades clandestinas de la Unión Militar Democrática, un movimiento disidente en las filas del Ejército, no dejaron indemne al SECED, a pesar del éxito de Mikel Lejarza Eguia, alias "Lobo", culpable del mayor desbarajuste ocasionado a ETA hasta ese momento gracias a su trabajo como infiltrado en la organización guerrillera vasca. Años más tarde, el hombre más protegido por los servicios secretos españoles fue recomendado por el locutor Antonio Herrero Lima para trabajar en el diario La Vanguardia, donde provocó un escándalo por la supuesta organización de una red de espionaje a empresarios, políticos y jueces catalanes. En 1976, Adolfo Suárez González asumió la presidencia del Gobierno y el comandante de Infantería Andrés Casinello Pérez, más tarde famoso por haber escrito una carta en el diario ABC no apta para "deshuevados", como tachó a no pocos jueces y periodistas con motivo de la guerra sucia contra ETA, se hizo con la dirección del Servicio Central de Documentación. Duró hasta la reforma política, cuando el SECED dejó paso al CESID. Casinello Pérez terminó la carrera militar como comandante general de Ceuta. José María Bourgón López-Doriga, general de Artillería, estrenó la dirección del CESID en 1977 bajo las órdenes del teniente coronel Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno y ministro de la Defensa. Duró hasta 1979. El nuevo ministro de la Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, lo designó comandante general de Melilla. El general Gerardo Mariñas Romero se convirtió en el segundo director del CESID. Pero el antiguo director del SECED, José Ignacio San Martín López, y el jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del CESID estuvieron a punto de proporcionarle un disgusto irreparable con motivo de la intentona del golpe de Estado iniciado por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina. Tuvo suerte y el ministro de la Defensa lo nombró comandante general de Ceuta. Provisionalmente, se hizo cargo de la dirección del CESID el coronel de Infantería de Marina Narciso Carreras Matas. El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 trajo consigo la dimisión de Adolfo Suárez González. El nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, designó al general Emilio Alonso Manglano como director del CESID. Bajo su mandato, "la casa" cambió de casa. Hoy, la sede del CESID está en la cuesta de Las Perdices, en el kilómetro 8,600 de la carretera de Madrid a La Coruña. Saber para vencer, reza como lema en el escudo del CESID, pero el coronel Juan Alberto Perote Pellón y un rosario de escándalos propiciaron el cese de Alonso Manglano y las dimisiones del vicepresidente del Gobierno Narcís Serra Serra y del ministro de Defensa Julián García Vargas. Desde entonces, el CESID ha tenido dos directores, Félix Miranda Robledo, ex comandante general de Ceuta, y Javier Calderón Fernández. Teóricamente, el segundo había depurado el CESID, pero las escuchas ilegales en la sede de Herri Batasuna han puesto de nuevo al Centro Superior de Información de la Defensa en el disparadero. Se ignora si en el futuro continuará con idéntica denominación y estructura. Los tribunales de justicia tendrán la última palabra.

Nota.- Este documento ha sido reproducido por Latino Seguridad de México

HISTORIA SECRETA DE LA CIA

 

            La CIA se fundó con la "mejor" intención de combatir el imperio soviético durante la Guerra Fría. Sin embargo la auténtica CIA sufrió desde sus comienzos las funestas consecuencias de una serie de oportunidades desaprovechadas, rivalidades internas y errores de gestión, cuya sed de poder e influencia ha puesto en peligro la seguridad nacional y del mundo, provocó errores increíbles que fortalecieron el régimen soviético y condujo al absurdo sacrificio de miles de agentes patrióticos.

SERVICIOS SECRETOS NORTEAMERICANOS

 

El estafador y sus instrumentos de trabajo (elocuencia, hipérbole, engaño) se han manifestado en casi todas las épocas y culturas. La II Guerra Mundial y la "guerra fría" brindaron nuevas oportunidades al estafador de los servicios de inteligencia, así como a sus detractores. Los líderes más conocidos del servicio de inteligencia norteamericano antes fueron vendedores y hallaron clientes en una tierra donde la venta es aceptada como un componente más de la economía de mercado. El nacionalismo ha sido una herramienta muy peligrosa en manos del estafador del servicio de inteligencia; por ejemplo, el micronacionalismo surgido después de la "guerra fría". Desestabilización de los Balcanes y otras regiones del mundo. El estafador prospera en el mundo de las medias verdades de las que se nutre el patrioterismo. Después de la "guerra fría" el patrioterismo resultó ser un refugio de bribones. El servicio de inteligencia norteamericano se enfrentó a la ONU y criticaron los refuerzos del espionaje francés, chino y japonés. La tradición del estafador del servicio de inteligencia no sólo guarda paralelismo con el culto del vendedor y el patrioterismo, sino también con los valores del detective privado norteamericano. Un rasgo esencial del investigador privado norteamericano es su comercialismo. El lucro es prioritario. Mientras los agentes británicos han traicionado a su país por sexo e ideología, los norteamericanos como Yardley o Almer han delinquido por dinero. Alles Dulles, William Donovan, William Casey. El rasgo común en todos ellos ha sido la exaltación del servicio de inteligencia, y su talento para ello. La hipérbole se transmitió en los procesos de imposición de manos y la continuidad del servicio. Todo ello sugiere que la promoción y el arte de la venta son básicos para la supervivencia de EEUU. Para progresar es preciso competir. Evitar la exageración equivale a fracaso y ruina para el defensor del servicio de inteligencia. Los excesos del estafador siempre se han visto compensados por el sentido común de los críticos más inteligentes, desde Melville en el siglo XIX hasta el senador Daniel Moyniham en los albores del tercer milenio. El general George Washington ha sido un maestro del espionaje militar. Eficacia y sobriedad, fórmula contraria a la seguida posteriormente por el servicio de inteligencia norteamericano. Cautela, diligencia y realismo defensivo, nacido de una operación de David contra Goliat (separatistas norteamericanos contra imperialistas británicos) constituyeron las cualidades fundamentales de las misiones del servicio de inteligencia de George Washington. La red de espionaje del agregado naval español Ramón de Carranza en Canadá brindó al Servicio Secreto norteamericano la oportunidad de desarrollar tareas de contraespionaje. Aunque ciertos historiadores han cuestionado la seriedad de la amenaza española, la subsiguiente expansión del Servicio Secreto fue un hecho, y a partir de 1898 EEUU contó con una burocracia de inteligencia en constante aumento, basada en la desinformación y la cooperación clandestina con británicos y canadienses. La transición del pinkertonismo (Allan Pinkerton) a la del espionaje público ya estaba en marcha. En febrero de 1898, cuando el hundimiento del "Maine" presagiaba la inminencia de la guerra entre España y EEUU, John Wilkie, sustituto de William Hazen, relegado a un segundo plano tras descubrirse una partida de dólares falsos para financiar la guerra, introdujo reformas en el servicio secreto, tales como exigir meticulosidad y probidad en los procedimientos de la información. El servicio (auxiliar) de contraespionaje de John Wilkie (ex periodista de sucesos en el periódico "Chicago Tribune" y hombre de negocios bancarios y navieros) estaba compuesto por lingüistas, banqueros, empresarios. Las operaciones del servicio de inteligencia norteamericano eran bastante vastas en 1898. Los consulados de EEUU en lugares tan lejanos como Gibraltar, Filipinas o Hong Kong informaban sobre los movimientos navales españoles y otros asuntos. La flota bien armada y pertrechada del almirante español Pascual Cervera y Topete, constituida por cinco cruceros y cuatro destructores, zarpó desde las islas de Cabo Verde rumbo a EEUU, una amenaza evidente para los buques norteamericanos en las costas de Florida. En la última década del siglo XIX, muchos norteamericanos recelaban de los católicos provenientes del sur de Europa, y el servicio secreto malgastó tiempo y mano de obra en inútiles persecuciones de inmigrantes españoles e italianos de intachable conducta. El componente hiperbólico de Wilkie definió también un modelo para el futuro. Después de todo vivió en la era del sensacionalismo. La prensa amarilla floreció en la última década del siglo XIX, cuando los magnates de la prensa Hearst y Pulitzer libraban un guerra por el control del mercado. En las primeras décadas del siglo XX surgieron dos emblemáticas agencias de espionaje. La Oficina de Información (OI) fue constituida en 1908 y rebautizada posteriormente con el nombre de FBI. La U-1 (la segunda agencia) murió en 1927. Mientras estuvo en vigencia dependió del Departamento de Estado. En aquella época, EEUU basculaba entre su antiimperialismo casero y el apoyo a los imperialistas europeos, principalmente Reino Unido. Tras finalizar la I Guerra Mundial, la red de espionaje norteamericanos se puso al servicio de los investigadores encargados de dirimir las responsabilidades de la guerra, coordinados por George Cruel, periodista y director del Comité de Información Pública del presidente Wilson, una agencia de propaganda y contrainformación. Cruel encomendó a Emanuel Voska, oriundo de Bohemia y defensor de la independencia de Checoslovakia del Imperio Austro-Húngaro, la misión de descubrir las pruebas sobre la conspiración germanoaustriaca en el asesinato del príncipe heredero Francisco Fernando, hecho desencadenante de la I Guerra Mundial. Tras examinar varios documentos ratificó dicha hipótesis. El magnicidio no lo cometio la Triple Alianza. Pero Allen Dulles (más tarde director de la CIA) impidió la continuación del trabajo de Voska por las graves consecuencias ante la opinión pública en EEUU. Pero hasta las camarillas más unidas pueden desintegrarse. Así ocurrió en el entorno del presidente Woodrow Wilson bajo las presiones de la guerra; la diplomacia y la reconstrucción de la posguerra. En 1935, la Oficina de Investigación adquirió la etiqueta de FBI (Oficina Federal de Investigación). Se convirtió en una agencia de información con responsabilidades fundamentalmente nacionales, pero también de influencia significativa en el extranjero durante la II Guerra Mundial y en el período de la "guerra fría". Como sucedió en 1898 con el servicio secreto, el FBI favoreció la proliferación de informantes privados, y algunos lo fueron por resquemor y prejuicios. En consecuencia el FBI perdió credibilidad. Edgar Hoover (director del FBI hasta su muerte en 1972) personificó algunos de los mitos más perniciosos de la inteligencia norteamericana. Su estilo arribista basado en las relaciones públicas pueden verse en el contexto de la tradición norteamericana. En otro sentido, la tradición norteamericana del estafador perduró en los períodos de transición de la burocracia gubernamental. Hoover inició una importante tradición en el FBI. Con su oportunismo característico se benefició de la "ley seca", así como del desarrollo del gangsterismo. Los agentes del BI llegaron a ser matones y mafiosos legendarios. Cuando Franklin Roosevelt llegó a la Casa Blanca, en 1933, y declaró la guerra contra el crimen organizado, Hoover se convirtió en su hombre fuerte. El jefe del FBI demostró ser un maestro del oportunismo fotográfico, pues se las ingeniaba para estar presente cuando arrestaban a un capo de Cosa Nostra. El cine inmortálizó a Hoover en la película "Contra el imperio del crimen". Con tantos matones y mafiosos muertos o encarcelados, Hoover necesitaba otra amenaza a finales de los años treinta. El fascismo y las actividades del espionaje alemán llegaron en el momento oportuno. Charles Lindbergh, figura prestigiosa desde 1927, tras su vuelo pionero a través del océano Atlántico, fue objeto de un informe del FBI acusándolo de frecuentar burdeles e intentar contraer matrimonio con alguna prostituta. Durante la II Guerra Mundial, Hoover logró defender el Hemisferio Occidental de posibles intrusos, incluida la pujante agencia de espionaje dirigida por el general William Donovan, denominada Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), predecesora de la CIA. Después de la guerra Hoover perdió competencias en América Central y Sudamérica (competencias traspasadas a la CIA). En 1955, el FBI contaba con 6.269 agentes y 81 millones de dólares de presupuesto (casi el 50 por ciento del Departamento de Justicia). En aquella época la salvación de Hoover llegó de manos de los comunistas. La desinformación es un mal tan endémico en el mundo de la inteligencia secreta que nadie cree a nadie aunque diga la verdad. Herbert Osborn Yardley nació en 1889. En los primero tiempos de la administración del presidente Wilson fue designado funcionario de la sección cartográfica del Departamento de Estado. Pronto comenzó a mostrar los primeros síntomas del "síndrome Yardley", como más tarde se llamaría a la obsesión de los criptógrafos por destripar un problema matemático, día y noche, hasta resolverlo. En 1917 sugirió al jefe de la División de Inteligencia Militar la creación de una nueva sección criptográfica para equipararse con otros países en materia de criptoanálisis. Nació el MI-8 (Military Intelligence), denominada coloquialmente "cámara negra", bajo la batura de Yardley. Reclutó a 160 hombres y mujeres especialmente alumnos de la Universidad de Chicago. El MI-8 desarrolló una técnica para leer cartas escritas con tinta secreta; el descifrado de códigos y la transmisión de la información obtenida por medios criptográficos. En 1922 recibió la Medalla al Servicio Distinguido. La "cámara negra" concedió una notable ventaja a los norteamericanos en las negociaciones de la isla de Yap con el embajador de Japón. Después de las elecciones presidenciales de 1928, Herber Hoover designó a Henry Stimson como secretario de Estado. Stimson decidió suprimir la "cámara negra" en beneficio del nuevo Servicio de Inteligencia de Señales. Los criptógrafos de Yardley fueron despedidos sin derecho a subsidio. Ocurrió dos días después del fatídico derrumbe de la bolsa de Wall Street, octubre de 1929. Pero en 1928, Yardley atravesaba ya una etapa de apuros económicos por deudas de juego y por el coste de la bebida por culpa de la "ley seca". Se sintió traicionado por los dirigentes políticos y se reunió con Set Suzo Sewada, consejero de la Embajada de Japón. Recibió 7.000 dólares por la "cámara negra". El posterior ataque a Pearl Harbor pudo fraguarse en aquella traición del despechado Yardley, quien además escribió novelas de suspense y produjo una película, todo basado en su experiencia como criptógrafo. A finales de los años treinta trabajó para el gobierno de China. Regresó a EEUU en 1940, y por extraño que parezca, el coronel Herbert Osborn Yardley reposa en el cementerio de Arlington. El 7 de diciembre de 1941, a las siete de la mañana, un escuadrón de bombarderos hizo aparición en el radar del Ejército norteamericano situado en el nordeste de la isla de Oahu. Los militares estadounidenses creyeron que se trataba de un vuelo "amistoso". Las bombas japonesas dejaron 2.000 muertos y desencadenaron la intervención de EEUU en la II Guerra Mundial y la idea de crear la CIA. William Donovan nació de familia irlandesa radicada en Buffalo. Contrajo matrimonio con un buen "partido" y accedió a las mieles de la clase dirigente de Wall Street. Terminó la I Guerra Mundial con numerosas condecoraciones, sólo precedido por el legendario Douglas MacArthur. Ministro de Justicia en funciones; candidato frustrado a gobernador de Nueva York; máximo responsable de la COI (Oficina de Coordinación de la Información). Durante la II Guerra Mundial dirigió la OSS y en la posguerra fundó la CIA. En agosto de 1947, el general Donovan habló con el secretario de Estado James Forrestal sobre la necesidad de crear una agencia central de inteligencia ante la amenaza del comunismo en Francia. Con la autorización del presidente Harry Truman y del Consejo Nacional de Seguridad (NSC), la CIA, a través de tapaderas como la Federación Americana del Trabajo, compró toda la prensa gala, financió partidos políticos anticomunistas, difundió "propaganda negra" y alentó a los fascistas y gángsteres corsos a contrarrestar la huelga general instigada por los comunistas por ser una amenaza contra la política exterior norteamerica y el Plan Marshall de reconstrucción de Europa sin la participación de los socialistas. Cuando la huelga se desmoronó los principales líderes ya había sido liquidados. La principal agencia de información secreta norteamericana se materializó como un inmenso despliegue propagandístico, sin parangón en otros países. La OSS preparó el camino durante la II Guerra Mundial y legó su aura romántica a la CIA a través de las películas promovidas por Donovan sobre las "importantes hazañas secretas" durante la II Guerra Mundial. El clima propagandístico de la posguerra favoreció el despliegue de las habilidades de Allen Dulles (director de la CIA en el período 1953-1961) en materia de relaciones públicas. El proselitismo de Dulles a favor del servicio de inteligencia no se limitó a las clases dirigentes. Por ejemplo, en 1954, pronunció un discurso ante el Fórum de Mujeres instándolas a protegerse de los soviéticos. Tras caer en desgracia en 1961 (por la debacle en Bahía Cochinos), estrenó oficio como escritor de novelas de suspense y cultivó la amistad de Ian Fleming, el creador del personaje cinematográfico James Bond. Todo con el ánimo de hacer propaganda de la CIA. Al principio de la edad de oro de la CIA (1947-1950), las operaciones encubiertas aún no eran famosas, si bien la agencia ya había intervenido clandestinamente en Francia, Italia y Albania. Ninguna de esas operaciones trascendió a la prensa. En febrero de 1958, el senador Josep McCarthy emprendió su cruzada anticomunista, y contra el Departamento de Estado, y contra la CIA, y contra el Ejército, "cuyos integrantes nacieron con una cuchara de plata en la boca", según McCarthy. El NSC-68 (memorándum número 68 del Consejo Nacional de Seguridad), firmado por Paul Nitze, banquero de Wall Street y contratado por el gobierno para definir una estrategia defensiva tras la detonación, en 1949, de un prototipo de bomba nuclear soviética, trataba el tema del imperialismo soviético en términos de ampulosa e hiperbólica truculencia. El NSC-68 apostaba por aumentar el gasto militar y las operaciones encubiertas en los países satélites de la URSS para fomentar y apoyar el descontento popular y las consiguientes revueltas. No se ejecutó porque la "Osa Mayor" rusa aún era demasiado peligrosa. Pero el NSC-68 aportó retórica hiperbólica para alentar a la CIA a expandirse y operar en otras direcciones. Este documento debe interpretarse como un ejemplo de la élite dirigente de la época, para quien llegó a ser una declaración de auntoridad evangélica. Las acciones emprendidas por William Colby (más tarde director de la CIA) y sus colegas iban a tener consecuencias lamentables. Incluso antes de finalizar la "guerra fría", las fuerzas del nacionalismo, del odio étnico y racial y del fanatismo religioso -todas ellas instigadas a través de la hipérbole simplista del anticomunismo como problema único- causaron graves contratiempos a EEUU en diversas partes del mundo. El derrocamiento de los gobiernos de Irán (por nacionalizar la industria petrolera) y Guatemala (por expropiar tierras de la United Fruit Company) en la década de los años cincuenta simbolizó la edad dorada de las operaciones encubiertas de "buen vecino" (en una conferencia panamericana, celebrada en Montevideo, en 1933, EEUU había prometido no inmiscuirse en los asuntos de los países latinoamericanos). La política exterior norteamericana en los años cincuenta reposaba en la defensa de la democracia, y para salvar a Irán y Guatemala de la amenaza comunista conspiró para derrocar a sus gobiernos legítimos y sumir a la población en la dictadura durante varias décadas. Edward Bernays (padre de la demagogia entusiasta de la guerra psicológica y relaciones públicas de la United Fruit Company) contribuyó a engañar al pueblo norteamericano. En colaboración con Edward Lansdale (es directivo de una boyante agencia de publicicad californiana) y otros líderes del servicio de inteligencia, reunió a un serie de personas con el fin de apoyar a Dulles a impulsar la guerra sucia de la CIA. La CIA utilizó a la domesticada Federación Americana del Trabajo, y posteriormente a la AFL-CIO, para obstaculizar el trabajo de los sindicatos izquierdistas en el extranjero y alentar el descontento popular y la rebelión en los países considerados poco gratos para los objetivos norteamericanos. La Asociación Nacional de Estudiantes y el Comité de Correspondencia (organización de mujeres) también fueron minados por la CIA. La hipérbole a menudo vinculada a las operaciones clandestinas, ha sido un rasgo característico de la CIA en los años cincuenta. En algunas de sus manifestaciones degeneró en engaño y mancilló la imagen de la democracia, y aunque la URSS fue tan implacable -o incluso más-, no pagó un precio tan alto, porque no tenía una carga de expectativas tan fuerte. Nadie esperaba de los soviéticos la defensa de la democracia. El avión U-2 y los satélites de reconocimiento revelaban la importancia creciente de la inteligencia técnica. Para facilitar ese trabajo y complentar el desarrollo de las fuerzas armadas, la CIA estableción en 1954 una Dirección de Ciencia y Tecnología "independiente". También cabe atribuirle a la CIA el mérito de haber impedido la III Guerra Mundial. En los años cincuenta, las fuerzas armadas norteamericanas exageraron la amenaza militar soviética. El Ejército, la Marina y la Aviación, promovidos por la ambición de expandirse y competir entre sí, desarrollaron una peligrosa hipérbole relativa a los carros de combate, misiles y barcos nucleares construidos por el enemigo. La CIA reunió todas las piezas -datos científicos, pistas criptográficas y análisis económicos-. En aquella ocasión la CIA se mostró como una institución comedida y sensata. No hubo ataque preventivo ni multiplicación del gasto militar. Cabe decir lo mismo del contradictorio Allen Dulles. Por una parte veneraba las operaciones clandestinas; las oscuras artes del engaño y las campañas de relaciones públicas, y por otra parte se mostraba reservado no sólo en cuanto a las operaciones clandestinas, sino respecto a las actividades más despiadadas de la CIA, que si hubieran salido a la luz pública habían sugerido que Dulles era un caballero de los bajos fondos. La operación Bahía Cochinos (autorizada por John Fitzgerald Kennedy ) no sólo constituyó un fracaso militar, sino un desastre en materia de relaciones públicas. Si tuvo efecto catártico o no en las operaciones secretas es una cuestión controvertida. Pero sí supuso un revés para la "cultura de la hipérbole" tan presente en la década anterior. Sin embargo el arte de la demagogia no murió de forma repentina. De hecho, en el siguiente período, mientras los agentes actuaban en secreto, la Casa Blanca y el Congreso sucumbieron a la tradición clandestina norteamericana, y la promo vieron de diversas formas. No obstante hubo un interludio retórico significativo entre la época de los dos grandes exponentes de la metodología del espionaje, Allen Dulles (1956-1961) y William Casey (1981-1987) . La defensa norteamericana de la democracia en Cuba (una coartada como farsa) no se vió en Irán, Guatemala, Chile y otros países. La intervención en Bahía Cochinos invitaba a los nacionalistas (o comunistas disfrazados de nacionalistas) a rebelarse contra el imperialismo norteamericano. La acción de Kennedy, inspirada en gran medida en la demagógica ehiperbólica propaganda de la CIA generó una mentalidad de asedio y desconfianza respecto a EEUU, prolongada durante la "guerra fría", cuyo argumento permitió la sobrevivencia de la dictadura castrista. Lejos de asimilar la lección de Cuba, Kenndey siguió en la misma línea y exacerbó los errores ya institucionalizados en la comunidad de inteligencia norteamericana. Una de sus primeras acciones tras el fallido desembarco en la bahía de Cochinos consistió en aumentar la burocracia del serivio de inteligencia. Nació la Agencia de Inteligencia Militar (DIA). Divisiones de Inteligencia en las Fuerzas Armadas; la Agencia Nacional de Seguridad (NSA); la Administración Nacional del Espacio y la Aeronáutica (NASA), hábilmente camuflada por la propaganda del ex presidente Dwight Eisenhower; la CIA y ahora la DIA. Antes y después de la crisis de los misiles rusos, Fidel Castro estaba en la lista de los escuadrones de la muerte de la CIA. Mientras el ministro de Justicia Robert Kennedy desataba la guerra contra los gángsteres de Cosa Nostra, el gobierno de Kennedy contrataba a esos mismos capos del hampa con el fin de matar a Fidel Castro Ruz. Entonces diseñaron el plan de regalar a Fidel Castro una pluma envenenada y la ingeniosa trama de mutilarlo con una concha de almeja explosiva mientras buceaba en su tiempo libre. Parece que los estafadores convirtieron las abyectas artimañas en una forma artística. El programa del asesinato no se inició con el presidente de Kennedy ni con su hermano, sino durante la presidencia del general Einsehower. Pero dentro de la CIA también hubo quien se opuso a la eliminación del barbudo. Shernan Kent, analista de inteligencia (sin las prisas de los agentes operativos ni los condicionamientos de los directores de inteligencia), advirtió: "Un Fidel Castro muerto, convertido en mártir, será más valioso para la causa del comunismo y por lo tanto más peligroso para nosotros". La renuncia de John McCone como DCI (1961-1965) puso de manifiesto la exlusiva responsabilidad del presidente Kennedy en la decisión de asesinar a Castro y desestabilizar a Cuba. El asesinato de Kennedy invitó a la especulación del magnicidio preventivo ordenado por Fidel Castro. Esta y otras hipótesis de la conspiración nunca han podido demostrarse. El servicio secreto norteamericano, en palabras del historiador Fred Kaiser, se convirtió en la "organización beneficiaria" de su propio fracaso en la protección del presidente USA, y se nutrió de una mayor dotación en recursos humanos y económicos. La década de los años sesenta constituyó un período de decadencia para el "estafador" del servicio de inteligencia. El agente pirata se vio obligado a ocupar una posición secundaria en la guerra de Vietnam. El mismo conflicto provocó el florecimiento de la inteligencia analítica. Aunque los analistas trabajaban denodadamente y no se les reconoció el esfuerzo, en el caso de la guerra de Vietnam adoptaron la rara actitud de desafiar la política del Pentágono y la Casa Blanca. La opinión pública norteamericana apoyaba mayoritariamente la decisión de enviar tropas de combate a Vietnam. Sin embargo la protesta contra la guerra empezó a ser un problema en 1968, y la revista "Ramparts" promovió una parte de aquella protesta revelando el paradero de los fondos reservados de la CIA y otras prebendas. La Fundación Nacional de Eseñanza; el Sindicato de la Prensa Americana; la Asociación de Ciencia Política y la AFC-CIO estaban financiadas por la Agencia Central de Inteligencia, y los dirigentes universitarios sumisos plegados a los designios de la guerra en Vietnam, exentos del servicio militar obligatorio. "The New York Times" y "Washington Post", hasta entonces muy obedientes, destaparon la noticia. El escándalo mermó la confianza del pueblo norteamericano en el presidente Lyndon B. Johnson. El pastor Martin Luther King puso fin a la historia de amor de la población afroamericana con el Ejército. La operación "Phoenix" se planificó para eliminar la "infraestructura" de los comunistas; su organización secreta de espías y su red de comisarios políticos. Entre 20.000 y 60.000 comunistas o presuntos comunistas fueron asesinados en el período 1968-1972. El principal responsable de aquella masacre ascendió a director de la CIA en 1973. William Colby, DCI (1973-1976), estuvo destinado como miembro de la OSS en los frentes de Francia y Escandinavia. Concluida la II Guerra Mundial terminó la carrera de derecho. Ejerció la abogacía temporalmente, hasta la fundación de la CIA. "Dirigió la agencia en tiempos difíciles", dijo años más tarde Bill Clinton. En 1975, en Nueva Orleans, Colby inauguró la reunión anual de la Associated Press. Dijo: "Me tomo la libertad de dirigirme a ustedes para destacar un punto no percibido actualmente. El servicio de inteligencia ha cambiado su antigua imagen para convertirse en una empresa con muchos rasgos del periodismo moderno. Nuestras publicaciones tienen la mayor plantilla; la mejor tirada y la peor publicidad de cualquier empresa periodística". De sus palabra se dedujo una conclusión. La CIA estaba perdiendo la batalla de la opinión pública. El análisis del revuelo de la inteligencia en 1975 revelaba un proceso de reforma moderada, amparado por el reconocimiento de un principio importante: las agencias de inteligencia norteamericanas iban a empezar a rendir cuentas al Congreso. Una de las razones del conflcito entre el senador Franch Church y William Colby, en 1975, ni antes ni después, tuvo como eje principal el informe de la Casa Blanca sobre una reunión entre Leonidas Brezhnev y Henry Kissinger (en ese momento secretario de Estado y miembro del Consejo Nacional de Seguridad) sobre el número de cabezas nucleares de los misiles balísticos intercontinentales de soviéticos y norteamericanos. De aquella reunión se desprendió una verdad. La URSS no contaba aún con ningún sistema de misiles contra misiles, dato ocultado por Kissinger al Congreso. Las operaciones engañosas del secretario de Estado; la recesión económica norteamericana (provocada en gran parte por el embargo de los países árabes productores de petróleo por el apoyo de EEUU a Israel durante la guerra del Yom Kippur); la confirmación del derrocamiento de Salvador Allende con la participación de la CIA y la revuelta de los pacifistas norteamericanos coadyuvaron a la crisis en el servicio de inteligencia. En el Capitolio también se oyeron las primeras voces contra el uso arbitrario de los poderes secretos. El senador Walter Mondale tildó de inmundicia la insistencia del presidente Gerald Ford de que Allende -y no la CIA- representaba una amenaza para la democracia chilena. El congresista Michael Harrington acusó al Departamento de Estado de ser un pelele de la CIA. La situación cambió radicalmente cuando el periodista Seymor Hersh publicó un reportaje en "The New York Times" sobre los abusos de la CIA en EEUU contra el movimiento antibelicista. A partir de entonces se declaró la guerra contra la CIA. Gerald Ford convocó a William Colby (muerto veinte años después en extrañas circunstancias). El presidente Ford creó una comisión presidida por Nelson Rockefeller para investigar las actividades de la CIA y proponer las reformas necesarias. La opinión pública no sucumbió a esa maniobra de distracíón. El Senado también constituyó otra comisión bajo la dirección de Frank Church y la Cámara de Representantes hizo lo mismo. Desde la época de Allan Pinkerston (jefe del servicio de inteligencia durante la presidencia de Abraham Lincoln, quien tuvo el mérito de contratar a negros y mujeres como agentes secretos)la demagogia publicitaria del espionaje ha sido una constante. En consecuencia las actividades secretas han recibido una excesiva financiación. Mucho dinero, confort, y poca competencia. En la "masacre de Halloween del 2 de noviembre de 1975, Gerald Ford cesó a Henry Kissinger como miembro del CNS (siguió como secretario de Estado) y propuso a George Bush como director de la CIA (1976-1977). Los historiadores partidarios de esta perspectiva han sugerido que a pesar del escándalo en el servicio de inteligencia no cambiaron mucho las cosas. El 1 de julio de 1973, el presidente Richard Nixon creó una nueva sección dentro del Departamento de Justicia, encargada del cumplimiento de la legislación antidrogas. La DEA nació con un presupuesto de 75 millones de dólares y 1.470 agentes. Los abusos de la CIA continuaban siendo un asunto preocupantes cuando Jimmy Carter resultó elegido presidente de EEUU. Destituyó a George Bush y nombró DCI a Santsfiel Turner (1977-1981), un hombre más proclibe a la inteligencia tecnológica en vez de la clásica HUMIT. Sin embargo los dramáticos acontecimientos en Irán (fracaso en el rescate de los rehenes norteamericanos tras la caída del Sha Reza Pahlevi) y la negociación del SALT II pusieron de relieve la necesidad de organizar una CIA competente y bien considerada. El presidente Ronald Reagan revivió una vieja y paradójica conspiración, recurrir a las maniobras clandestinas para la consecución de sus propios fines. Pero al mismo tiempo difundió a bombo y platillo el papel de la inteligencia secreta. Las habilidades de Reagan como vendedor fueron legendarias desde su protagonismo en el cine como Brass Bancroft, el agente secreto J-24. Cuando EEUU intervino en la II Guerra Mundial, Reagan contribuyó a la labor de falsificador de Hollywood, orquestada por el bobierno para aumentar la moral del pueblo norteamericano; engañar al enemigo y fomentar la confianza entre los aliados de EEUU. Los recuerdos cinematográficos de "Gripper" -destripador de pescado, uno de sus apodos- influyeron en su vocabulario político y determinaron su actitud respecto al servicio secreto y los asuntos de defensa. Su empeño en "liberar" a la CIA de todas las ataduras se basó en un guión predefinido. Designó a William Casey director de la CIA (1981-1987). Casey inventó una tendencia hiperbólica para apoyar la expansión de la inteligencia, no sólo durante su mandato, sino también mucho después de su muerte, ocurrida en 1987. La hipérbole desempeñó un papel destaado en la política de defensa del gobierno de Reagan, y el actor de la Casa Blanca contaba con las aptitudes necesarias para manipular los mensajes. Por vez primera el director de la CIA gozaba de una cartera en el gabinete del presidente. La propaganda favorable a la victoria en la "guerra fría" requirió exagerar la amenaza soviética para obtener más dinero para la defensa. Las protestas de Norma Mineta, de la comisión de inteligencia en la Cámara de Representantes (tras la intervención de la CIA en Nicaragua), fueron en vano. "Somos como champiñones; nos mantienen en la oscuridad y nos echan un montón de estiércol". William Casey (descontento con la élite universitaria de Harvard, Yale y Princenton, predominante en la CIA) decidió aumentar las misiones de la agencia, y según un estudio muy cauto, el número de operaciones clandestinas hasta quintuplicarlas en el período 1980-1986. La victoria electoral de Violeta Parra de Chamorro, tras dejar la CIA de apoyar a la contrarrevolución, puso de relieve que los nicaragüenses apoyaron a los sandinistas sólo mientras la CIA los apoyó. La guerra contra el narcotráfico emergió como otro síntoma de la dramática tendencia hiperbólica y la diversificación de la inteligencia desarrollada durante el goierno de Reagan. En 1997, Bill Clinton destacó el asunto como uno de los principales desafios de la inteligencia, un fenómeno propio de la "posguerra fría". Si se compara a la sociedad moderna de EEUU con la del pueblo norteamericano de los años veinte, hay algunas similitudes; por ejemplo, un entusiasmo por las drogas y a la vez por suprimirlas. Oportunidades similares para el desarrollo del crimen organizado, con los consiguientes beneficios para la policía y el espionaje. La prohibición ha ganado la batalla, una buena estrategia para la expansión de la inteligencia. Harry Anslinger (director de la Oficina Federal de Narcóticos durante treinta años, hizo la vista gorda en el suministro de heroína por parte de la OSS a los chinos comunistas. Asimismo la FNB colaboró con la CIA en el programa MK-ULTRA para desarrollar drogas psicotrópicas como instrumento de la "guerra fría". Las restricciones del secreto de Estado han impedido demostrar la participación de la CIA en los principales países productores de heroína (Afganistán, Irán, Pakistán, Laos, Birmania, Tahilandia). En Panamá, el general Manuel Noriega estaba financiado por la CIA mientras trabajaba para el KGB y los cárteles colombianos de la cocaína. Además de la corrupción, el fracaso de las misiones representaba también un problema para la guerra de la inteligencia contra el narcotráfico. Durante la década de los años noventa, a pesar del dinero invertido en la DEA y otras agencias represoras del tráfico de drogas, el número de consumidores se multiplicó. La campaña antidroga ha sido durante mucho tiempo emotiva, moralista e hiperbólica. El término "bajos fondos" no puede ser más engañoso, a la vista de los beneficios de los "altos escalafones". La astuta cruzada de la DEA y otras agencias ha dado importantes réditos políticos a sus promotores. Pero la campaña ha sido ineficaz salvo como nueva proeza del estafador norteamericano. En última instancia, el Santo Grial de la Victoria en la guerra antidroga resultó ser una quimera, evocadora de la cruzada contra el comunismo. Bill Clinton se enmarcaba en la vieja tradición de la promoción generosa de la CIA. Sin embargo al comienzo de su mandato -como ya hicieron otros presidentes- se preocupó por la política interior. El primer DCI designado por Clinton, James Woolsey (1993-1995), tuvo dificultades para acceder a Clinton porque el presidente estaba más preocupdo con su reputación histórica dedicándole más atención a la política exterior. Convenció a John Deutch para sustituir (1995-1997) a James Woolsey con la promesa de incorporarlo a su gabinete. Mary McGrory, redactora del "Washington Post", escribió: "Clinton no se atreve a mover un dedo sin el consentimiento de los espías porque es demasiado indeciso en materia de seguridad nacional". Con el tiempo incrementó su apoyo a la CIA, cada vez más hostigado por sus escándalos personales. En las postrimerías de la "guerra fría" se originó un debate sobre el futuro del espionaje. La CIA, como adalid del servicio de inteligencia, fue objeto de un meticuloso análisis. Los polemistas se dividieron en tres grupos. Los adversarios de la CIA; los defensores y los partidarios de una solución de compromiso. Entre los críticos había espías, periodistas, militares, académicos y políticos. Vincen Cannistraro, ex director de Operaciones Contraterroristas, preguntó: "¿Es relevante la CIA en el mundo contemporáneo?". Tanto Vincen Cannistraro como la periodista Mary McGrory apoyaban la reforma propugnada por el senador Daniel Moyniham, miembro del Partido Demócrata. No apoyó la colaboración con la contrarrevolución nicaragüense ni la guerra contra Irak (1990-1991). El senador Moyniham deseaba clausurar la CIA y entretanto levantar el secreto sobre la agencia y hacer público el presupuesto. La campaña de Moyniham constituyó un desafío para el poder del estafador, habitualmente oculto tras aquel velo enigmático, tan necesario para el fomento de falsas alarmas y amenazas imaginarias. Las críticas contra la CIA no se centraban en su inmoralidad ni en su derecho de pervivencia, sino en la supuesta ineficacia. Debido a la naturaleza secreta de la segunda profesión más antigua, suele producirse un desfase temporal entre sus actos de supuesta incompetencia y la difusión pública de los mismos. La guerra contra Irak, como algunos escándalos anteriores, estaba abocada a suscitar una fuerte controversia. Durante la invasión, las tropas norteamericanas exploxionaron depósitos de municiones (en realidad contenedores de armas químicas). La CIA no advirtió a tiempo del peligro. El ataque contra el servicio de inteligencia durante la "posguerra fría" pasó factura. En 1992, el FBI destinó 300 agentes de contraespionaje a la investigación de crímenes violentos cometidos en EEUU. La moral descayó aún más cuando James Woolsey (1993-1994) redujo el número de funcionarios en un 24 por cietno. Trabajar para la CIA se convirtió en una opción insegura y poco atractiva. Hasta el cargo de DCI perdió encanto; en efecto, hubo cinco directores entre 1991 y 1997. En 1994, el FBI detuvo a un antiguo directivo de la CIA, Aldrich Hazen Ames, por revelar al KGB varios nombres de agentes norteamericanos. El materialismo individualista de la escuela de Chicago (defendido por Ronal Reagan como individualismo competitivo para buscar la felicidad) subyugó a Aldrich Hazen Ames, y traicionó a EEUU sólo por dinero, sin ideología ni compromiso como hizo la otrora red de Cambridge. El caso Ames tuvo efectos desvastadores sobre la CIA, ya inestable por los efectos del fin de la "guerra fría", así como por el recorte presupuestario, y la no menos relevante intervención del FBI en el arresto de Ames. James Woolsey dimitió. La debacle de la CIA hizo intervenir a Bill Clinton en el debate de la inteligencia. Pese a su proclividad hacia la CIA le preocupaba la ineficacia de la agencia, máxime tras la incapacidad de localizar al general Mohamed Farah Aidid, jefe de una tribu somalí. La mediación pacificadora de las tropas de EEUU en Somalia terminó en fracaso. Los partidarios de conservar el estatus de la CIA no se resignaron a la derrota. En un artículo destinado a la prensa, Richar Haass, ex miembro del Consejo Nacional de Seguridad en tiempos del presidente George Bush I, propuso reanudar los asesinatos y golpes de Estado como parte de la política exterior de EEUU, así como la concesión de poderes a la CIA para utilizar las fuerzas de pacificación como tapadera de sus agentes, táctica nunca autorizada hasta el momento. A pesar de sus declaraciones tranquilizadoras acerca de la transparencia del gobierno, John Deutch, DCI (1995-1997), nunca reveló públicamente el presupuesto de los servicios de inteligencia. En octubre de 1997 correspondió a su sucesor, George Tenet (1997-2004), la tarea de confirmar la cifra de 26.600 millones de dólares. Tenet dimió en el año 2004 por el tema de las armas de destrucción masiva nunca halladas en Irak. El 4 de agosto de 1995, el presidente Clinton emitió un decreto prohibiendo la discriminación de los homosexuales en la CIA, y en el año 2000, el diputado Barney Frank (miembro del Partido Demócrata) pronunció un discurso en la sede de la CIA. Dijo: "Ahora vuestro presupuesto es tan secreto como mi sexualidad". También el multiculturalismo abrió la posibilidad de cooperación con los servicios secretos del resto del mundo. Desde la perspectiva norteamericana también se buscaba reducir el gravamen de los contribuyentes. Una serie de revelaciones acerca del espionaje económico entre los aliados (europeos y norteamericanos) alentó el fervor nacionalista, y por ende antiglobalista en cada país. Una vez desaparecido el "ogro" de Moscú, los aliados empezaron a competir entre sí. En 1991, los empresarios norteamericanos fueron advertidos de la existencia de micrófonos ocultos en los aviones de líneas comerciales francesas para beneficiar a los empresarios galos. Por su parte, la CIA empezó a transmitir información económica obtenida clandestinamente en Francia. En 1995, "The New York Times" interpretó el espionaje USA contra la industria automovilística japonesa como un señal de la CIA de recobrar vida. Dos años más tarde la prensa norteamericana reveló el espionaje japonés en territorio gringo. Ese mismo año el Parlamento Europeo inició la investigación del caso Echelon, un extenso programa de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) destinado a captar las comunicaciones telefónicas y cibernéticas. El clima de desconfianza favoreció la causa de los partidarios de impulsar el servicio de inteligencia norteamericana. Aunque el Congreso vigilaba atentamente los posibles abusos del servicio de inteligencia, en muchos aspectos actuaba como garante de los intereses expansionistas. El desembarco de George Bush II en la Casa Blanca pareció apuntar en dicho sentido, a la vista de la ratificación de George Tenet como DCI. Pero desde el principio los altos funcionarios del gobierno de Bush declararon abiertamente su intención de impulsar la inteligencia. Los atentados terroristas del 11-S causaron profundo impacto en la conciencia norteamericana sobre la seguridad nacional. Como manda la tradición en tales circunstancias, los políticos convirtieron el servicio de inteligencia en el chivo expiatorio; también la tradición norteamericana de fomentar el servicio de inteligencia. La situación vino como anillo al dedo para el estafador de la inteligencia y sus aliados políticos. Resonaron las protestas una vez más, resultaba tendadora la recompensa del fracaso, recurrir a soluciones costosas, inmovilistas y típicamente caseras. Tras el clamor del 11-S, la inteligencia norteamericana aún no ha logrado superar su asignatura pendiente, como es integrarse en el vasto mundo creado por ella, y alentado todavía, en aquella gran nación de inmigrantes.

 

Conspiración, sabotaje, intriga y asesinato eran moneda corriente en la vida política de la segunda mitad del siglo XVI, caracterizada, además, por el uso interesado de la propaganda , una manipulación que, en cierto modo, recuerda a la guerra fría del siglo XX. Esta situación marcó las relaciones entre los distintos Estados europeos, creando en el marco de la política internacional un clima de recelo y secretismo. El engaño era práctica habitual y ningún Estado podía confiar en la lealtad de sus amigos… Sobre todo si representaba a la primera potencia mundial del momento. Felipe II era consciente de esta situación y de la importancia decisiva que tenía el control de la información para mantener la supremacía imperial de España. Por eso dedicó gran cantidad de recursos económicos y humanos a los servicios secretos, conformando la red de espionaje más compleja, mejor organizada y con mayor presencia efectiva de la época. Experto en el arte de la criptografía, su carácter desconfiado y su tendencia natural al secreto lo convertían en el perfecto dirigente de las labores de inteligencia: reglamentaba el uso de los textos cifrados, coordinaba la información y su posterior transmisión a través de los correos, decidía la contratación de espías y controlaba la distribución de los «gastos secretos», alternando las labores propias de su reinado con las de un verdadero jefe del servicio de espionaje.  Los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos han sabido encajar, a lo largo de estas páginas de apasionante lectura, las piezas clave que conforman el mapa político de una de las épocas más opresivas, sombrías y sangrientas de la Historia.

CARTA A JOHN NEGROPONTE

Querido John: Has ocupado el cargo de primer director del Servicio Nacional de Inteligencia durante aproximadamente un mes. ¿Desearías volver a Bagdad? No me extraña. La ley que creó tu trabajo estaba llena de compromisos proyectados para satisfacer a Don Rumsfeld y a los partidarios del Pentágono en el Congreso. Como consecuencia, la ley es ambigua (por decirlo con generosidad) acerca de tu autoridad sobre los servicios de espionaje del Departamento de Defensa y el FBI.Siempre has sido un jugador de equipo, no un tipo que causara problemas. Pero este es tu último trabajo en el Gobierno, John, así que, ¿por qué no ponerse manos a la obra? De hecho, si no clarificas esas ambigüedades para que sea manifiesto que el director del Servicio Nacional de Inteligencia tiene autoridad real, habrás fracasado. En este momento, Estados Unidos no puede permitirse que fracases. Así que aunque vaya en contra de tu estilo personal, métete en algunas contiendas. Y gánalas. He aquí algunas ideas sobre cosas por las que merece la pena luchar. Reorganiza totalmente la CIA. La CIA tiene la moral baja y doble personalidad: medio espías, medio analistas. Saca a los analistas de ahí y ponlos directamente bajo tus órdenes como Oficina Nacional de Análisis. Bautiza luego a lo que quede como Servicio Clandestino Nacional. Agradece a Porter Goss sus servicios transitorios y escoge a alguien que realmente haya hecho algo de espionaje en los últimos 30 años para poner en marcha el nuevo equipo clandestino. Olvida la idea de doblar el número de espías; sólo era un argumento de relaciones públicas. Busca la calidad, no la cantidad. Aplica la propuesta Silberman-Robb sobre el FBI. La comisión presidencial sobre servicios de información y armas de destrucción masiva propuso la creación del Servicio de Seguridad Nacional dentro del FBI, fusionando las unidades de análisis antiterrorista, espionaje y contraespionaje que estarían bajo tus órdenes, el director del Servicio Nacional de Inteligencia. Pero las reformas de Bob Mueller en el FBI se han quedado a mitad de camino y todavía no han creado una unidad de seguridad nacional de élite, experta, coherente y con medios modernos. El último informe dice que los nuevos analistas pasan gran parte de su tiempo haciendo de escoltas y vaciando basura. Hazte con los juguetes de Rumsfeld. Expertos externos calculan que el presupuesto de los servicios de información estadounidenses supera los 40.000 millones de dólares al año. Dicen que aproximadamente el 75% de dicha cantidad se destina a los servicios del Departamento de Defensa como la NSA (espionaje electrónico), la NRO (satélites) y la NGA (imágenes y mapas). Estos feudos independientes son consecuencia de las luchas burocráticas de la guerra fría. La duplicación y la competencia son innecesarias. Fusiónalas en una Agencia de Inteligencia de Recopilación Técnica. Ahorrarás miles de millones, y puedes organizar la agencia en torno a nuestras nuevas prioridades: antiterrorismo, antiproliferación de armas químicas y biológicas, y apoyo a los enfrentamientos bélicos. Si Rumsfeld amenaza con empuñar su espada, déjale. El presidente tiene que decidir quién dirige estas agencias, y si no eres tú, vete. Excelencia en el análisis. La nueva Oficina de Evaluación Nacional debería ser auténticamente diferente de la antigua unidad analítica de la CIA. Deja de reclutar chicos recién salidos de la universidad, dándoles una responsabilidad de la que no saben absolutamente nada y trasladándolos luego a otros asuntos siete u ocho veces en 20 años. Consigue auténticos expertos maduros en sus campos y hazles firmar un contrato renovable por un tiempo fijo. Olvida el polígrafo como mecanismo de selección. Mucha gente válida ni siquiera pensará en ingresar en la CIA debido a que conocen todas esas historias sobre estar sujeto con una correa alrededor del cuerpo, con electrodos fijados a las yemas de los dedos, para que luego te intimide alguien que quiere saber demasiados detalles irrelevantes y privados. Deja que el comité judicial haga las investigaciones. DEJA DE decir que prestarás atención a la información "abierta" (es decir, no clasificada). Alienta el debate y la discrepancia, y hazles sitio a las personas dispuestas a asumir riesgos aunque a veces malinterpreten las cosas. Pero sigue de cerca a quienes lo entienden y a quienes no lo entienden, e intenta comprender por qué no lo han entendido. Incorpora las lecciones aprendidas a los análisis futuros. Si no te gustan estas ideas, encuentra algunas que te gusten. Pero no quieras ser sólo un director que sabe crearse un buen ambiente de trabajo, John. Acuérdate de los fallos de los servicios de información en el 11-S y de las armas de destrucción masiva iraquís. Las cosas no han mejorado tanto en la CIA, el FBI y las demás entidades de tres letras. Y los malos siguen rondando por ahí.

 

Fuente: Richard A. Clarke, ex asesor del Consejo de Seguridad Nacional, en El Periódico de Catalunya.


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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