LEY BOBA ANTITABACO
Doña Ministra de Sanidad:
Mi nombre es Zacarías Pérez del Parral, viudo por la gracia de Dios y residente en Mataró. He dejado pasar el 28 de diciembre porque mi carta no es ninguna broma. Quiero denunciar a don Carlos Herrera Crusset, director del pograma radiofónico "Herrera en la onda" por discriminación. Doña Ministra, durante años he estado soñando con una ley para meter en cintura a todas las chimeneas ambulantes, tantos hediondos (y hediondas como mi difunta esposa) como pululan en nuestra Madre Patria. En la última media centuria he cultivado dos pasiones, tomar café bien negro (huy, perdón, he querido decir subsahariano) y la poesía femenina. Nada peligroso ¿verdad? Pues de manganilla no he terminado en la trena (talego, prisión). En Mataró no se puede tomar café bien hecho en ninguna parte, no por malo, sino por la concurrencia de viciosos, hediondos para ser más exactos. Oiga, una ciudad tan bonita, con ese centro histórico peatonal repleto de tiendas, unas añejas, otras modernas, y racimos de mujeres para arriba y para abajo en la Riera con el ombliguito a la intemperie, incluso con nieve en el horizonte cercano, y sin embargo vivo amargado. En ningún establecimiento puedo sentarme a saborear un bombón (café con leche condensada, un descubrimiento mío, créame, cuando hace unos cincuenta años fui a vivir a Las Palmas de Gran Canaria) mientras leo poesía femenina porque siempre aparece un desalmado (o desalmada) y justo toma asiento a mi lado (sin conocerme de nada) y empieza a expeler humo por la boca y la nariz. ¡¡Me cago en todo lo que se menea!! Como no soy persona de malos modales (otro gallo me cantara si me dotara de un expeditivo bate de béisbol) siempre termino marchándome. Pero ¿adónde ir si en todas partes me persigue la plaga de guarros? Un día me aventuré con dirección incierta, hacia las afueras de la ciudad. Treinta minutos hasta llegar al hospital de Mataró. Valió la pena la caminata. Toda la mañana estuve leyendo poesía femenina en la cafetería del hospital, sin una brizna de humo. Me hice cliente de la cafetería durante varios días, justo hasta tener un tropiezo con los vigilantes de seguridad del centro comercial
Mataró Parc,
situado en las inmediaciones. Antes de regresar a Mataró siempre me acodaba en una especie de mirador (ni loco se me hubiera ocurrido entrar en el recinto por la concurrencia de apestados) debajo de una cornisa para contemplar el mar a lo lejos; la gente corriendo de un lado para otro delante del centro comercia; los vehículos de automovilistas sanos aparcados en las plazas destinadas a los vehículos de inválidos (más cerca de la puerta). En fin echaba un rato viendo cómo funciona el mundo, y de vez en cuando tomaba notas, apuntes poéticos, inspiraciones filosóficas porque los años no pasan en balde y la memoria ya es quebradiza. Ese día estaba yo escribiendo cuando apareció un vigilante de seguridad, casi un mozalbete. "Perdone ¿qué está escribiendo?". No me lo preguntó de mala forma, no, pero tampoco con interés por la cultura. "¿Cómo dices? ¿Desde cuándo tienes competencia para hacer ese tipo de preguntas a la gente?". "Es que lo hemos visto ya dos o tres días seguidos escribiendo". Increíble, pero cierto, doña Ministra. No debió tranquilizarle mi respuesta ni mi acento canario (adquirido tras cincuenta años como profesor de religión en Las Palmas de Gran Canaria) porque un instante después apareció un segundo vigilante de seguridad, más experimentado en el arte de la tertulia. Cuando ya quedó aclarado mi derecho a hacer con mi tiempo libre cuanto me diera la gana, incluso terminamos criticando a los jueces y políticos por la pésima situación del crimen en España, la inmigración masiva, la crisis económica para algunos (él mismo, antiguo empresario del calzado, ahora estaba con una máquina de hacer difuntos en el cinturón para comer de vez en cuando). ¿Qué hubiera ocurrido, doña Ministra, de no haber sido yo un hombre de modales finos y semblante tierno? Evidentemente hubiera podido mandarlos a tomar por saco ante semejante pregunta, pero inmediatamente hubiera hecho acto de presencia una patrulla de los Mossos d'Esquadra, más tertulia, identificación... Y un berrinche morrocotudo por mi parte viendo (como estoy viendo) tanta basura extranjera en España, incluso en Mataró, impune ante las agresiones a los propios agentes de la autoridad, y yo bajo sospecha por ser un artista. Dejé de ir a tomar café a la clínica, por si acaso... Desde entonces ando por las calles de Mataró con un hornillo y una cafetera a cuestas para hacerme yo mismo un cafelito humeante. "Ahí va el hombre de la mochila" (dicen los niños cuando me ven pasar). A orillas de la playa (junto a las vías del tren); en una plaza recóndita; en un solar abandonado. Cualquier sitio discreto es bueno para hacer café. ¿Por qué no me lo tomo en mi casa? Beber café no es sólo ingerirlo, sino algo más, un rito comunitario, una costumbre abierta a la sociedad. Doña Ministra, siempre ando huyendo de la mirada de la Guardia Urbana, los Mossos d'Esquadra, algún guardia civil de paisano... ¿Se puede vivir así? ¿Qué será de mí cuando finalmente me echen el lazo por hacer vida doméstica en la calle? ¿Por qué su ley es tan discriminatoria, doña Ministra? No se podrá fumar en ningún establecimiento mayor de 100 metros cuadrados, pero sí en todos los bares y cafeterías populares de Mataró, abarrotados precisamente por los viciosos (sobre todo manadas de intolerantes viciosas cuchicheando). Doña Ministra, ha hecho una ley para ricos. Si yo fuera adinerado iba a tomar café a un casino, pero la jubilación sólo me da para frecuentar los establecimientos donde va la gente sencilla... ¿Por qué no ha hecho una ley prohibiendo el vicio en todas partes? ¿No hubiera sido más lógico fumar sólo en la calle? Bueno en la calle en los días ventosos, claro. Ay, doña Ministra, qué ley más boba. Estoy pensando en nacionalizarme en Mali y regresar como subsahariano. Luego me presento en un fumadero de Mataró y pido un cafelito, y, ay, como la hedionda de turno se atreva a echarme el humo encima. La llamaré racista y todo el mundo a callar porque si no voy a la prensa o una ONG a denunciar el atropello. Y encima Carlos Herrera amenazando con no cumplir la ley. ¿No se lo han dicho? Una mañana debió tomarse una copita de más porque llamó chusma a los padres de la ley antitabaco. Anda tramando algo porque incluso cuando un radioyente lo reprendió por tener en su
página en internet
fotos donde aparece fumando puros amenazó con no retirarlas. ¿Podrá hacerlo, doña Ministra, o su ministerio ejercerá acciones legales por herir la sensibilidad de los antitabaquistas? Manos a la obra, doña Ministra, porque ese hombre necesita un escarmiento. ¿Yo bajo la amenaza de terminar entre rejas por hacer café en la calle y él riéndose de la normativa vigente? Sin duda será un orfebre de la palabra, un conductor de masas populares, pero aquí todos moros o todos cristianos. ¿No le parece?
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