Tratando de distraer la mente para olvidar la
trágica muerte de su esposo, María Marcela
Serrano Camacho se fue a Cartagena a finales de
1996. Quería pasar unos días de descanso con su
pequeño hijo antes de partir a Londres, donde
pensaba seguir estudiando. Su intención era
rehacer su vida y quitarse el estigma por ser la
viuda de Efraín Antonio Hernández Ramírez, alias
‘Don Efra’, señalado como narcotraficante, socio
de varios capos del cartel de Cali. Se fue a
comer al famoso restaurante L’Enoteca, donde,
sin saberlo, sellaría el comienzo de una nueva
historia de amor y lágrimas.
Ese día, Cristian Sale, un joven italiano,
apuesto, refinado y elegante, se le acercó para
conquistarla. Se presentó como uno de los dueños
del restaurante. Ella no aceptó el galanteo
porque acababa de enterrar a su esposo, quien
murió baleado en una de sus oficinas en el
Centro Comercial Santa Bárbara, según dijeron
las autoridades, en un ajuste de cuentas entre
capos de la mafia.
Su vida había cambiado radicalmente. El mundo
de cristal que ‘Don Efra’ le había construido se
desmoronaba poco a poco. Después de tener una
existencia llena de lujos, de viajes y caprichos
cumplidos, ahora estaba viuda, con un hijo y
rodeada de miradas que le reprochaban haberse
involucrado con un mafioso. Por eso, no tenía
intenciones de iniciar otro romance y viajó a
Londres como tenía previsto.
El apuesto italiano resultó ser, según
informaciones de la policía tanto italiana como
colombiana, miembro de la mafia Ndrangheta, una
poderosa red dedicada al narcotráfico y lavado
de activos con tentáculos en España, Italia y
Colombia, que estaba asociada al jefe
paramilitar Salvatore Mancuso. Pero en ese
momento, repitiendo la historia de su primer
marido, era para Marcela un próspero empresario
que colaboraba con los negocios de su padre,
Giorgio Sale.
Cristian se dedicó a cortejarla. La buscaba a
pesar de que ella le dijo que se iría a cumplir
su sueño de estudiar finanzas y relaciones
internacionales. De hecho, en Londres inició un
curso de inglés y otro de matemáticas,
requisitos indispensables para lograr su
objetivo.
Pero el fantasma de ‘Don Efra’ la perseguía.
Las autoridades colombianas la empezaron a
investigar por enriquecimiento ilícito y
testaferrato. Sin darse cuenta, tenía detrás a
la policía secreta inglesa que monitoreaba cada
paso y cuando regresó a Colombia, la capturaron.
Fue un sábado de marzo de 1999, justo cuando su
familia y su nuevo amor, Cristian Sale, le
celebraban una fiesta de bienvenida.
Allegados a la ex reina aseguran que Sale se
convirtió en su tabla de salvación. El italiano
se dedicó por completo a ella. La visitaba en la
cárcel de Zipaquirá donde pagó la primera parte
de los 65 meses de prisión que le impuso el
Tribunal Superior de Bogotá, porque “a ciencia y
paciencia permitió que bienes que iba
adquiriendo su cónyuge pasaran a formar parte de
su patrimonio, contribuyendo a producir el
incremento indebido”.
Cristian fue su apoyo moral y la consoló en
esos malos días. Ella se volvió a enamorar. Se
casaron en una sencilla ceremonia católica, el 3
de septiembre de 2000. En esos días, Marcela ya
gozaba del beneficio de casa por cárcel y la
recepción debió cumplirse en un ambiente muy
íntimo y familiar. Ese día, en una modesta
fiesta que se realizó en el salón comunal del
conjunto residencial donde vivían sus padres, la
familia de Marcela conoció a Giorgio Sale.
“Fue más bien antipático y compartió muy poco
tiempo con nosotros”, comentó uno de los
asistentes a la reunión. Sabían que tenía unas
empresas muy prósperas, entre las que estaban
Made in Italy y los restaurantes L’Enoteca y que
gozaba de prestigio en la alta sociedad
bogotana. Por eso, aseguran, nunca se imaginaron
que volverían a pasar por el calvario que creían
superado con la muerte de ‘Don Efra’ y la
condena de Marcela.
Familiares de Marcela aseguran que Efraín
Hernández se mostró como un hombre intachable
hasta el día su muerte y como prueba, muestran
documentos expedidos por la Fiscalía en los que
consta que no cursaba ninguna investigación en
su contra.
La primera de ellas la exhibió orgulloso
cuando estaba iniciando su noviazgo con la ex
reina bogotana, a finales de 1993. Por aquellos
días, Marcela acababa de participar en el
Concurso Nacional de Belleza representando a
Guainía y ‘Don Efra’ se estaba separando de su
esposa, la también ex reina Sandra Murcia.
La segunda “certificación” la presentó a la
familia de su esposa en septiembre de 1996, poco
antes de su muerte. “El día que vimos por
televisión que lo acusaban de narcotraficante,
nos reunimos con él y lo confrontamos. Él nos
mostró la certificación firmada por el fiscal
Valdivieso”, dice el hermano de la ex reina.
Por eso, aseguran que fue injusta la condena
que pagó Marcela por enriquecimiento ilícito, ya
que cuando ‘Don Efra’ se casó con ella ya era un
hombre muy adinerado y la ex reina se limitó a
recibir los regalos que le hacía su esposo: un
apartamento en el exclusivo sector de La
Cabrera, en Bogotá, que vendieron luego para
adquirir un local en el centro comercial
Unicentro y un lote en Girardot. Además, le
financió un lujoso calendario, que el fotógrafo
Javier Murillo produjo en Cartagena, Santa Marta
y el Parque Tayrona y que se distribuyó en
algunos de los negocios de Hernández.
Estos inmuebles fueron objeto de extinción de
dominio y, según la familia, Marcela se quedó
sin el dinero y sin los bienes de su marido.
Después de semejante experiencia, Marcela
estaba convencida de que con un hombre menor que
ella, como Cristian, proveniente de una buena
familia, podría rehacer su vida. Al cumplir la
pena y recobrar la libertad, tuvo un hijo con su
nuevo esposo, pero los problemas maritales
afloraron. El 3 de octubre de 2003 se
divorciaron ante el juzgado 1º de familia de
Bogotá, después de una tortuosa separación de
cinco meses.
La familia de Marcela dice desconocer los
motivos del divorcio, pero amigos de ella
aseguran que él la estafó. “Le robó una gran
cantidad de dinero y nunca respondió por el
hijo”, comentó un allegado. Esta versión
fue confirmada por las autoridades italianas, en
cuyos archivos reposa un documento que asegura:
“… del contenido del flujo de llamadas
interceptadas, se dedujo que Cristian Sale había
robado a Marcela una gran suma de dinero
posiblemente invertida por Cristian en
cocaína...”.
Desde el divorcio, afirma la familia Serrano
Camacho, no volvieron a tener noticias de
Cristian Sale, hasta hace tres semanas cuando se
dio a conocer que estaba preso en Italia y que
su padre Giorgio, sus hermanos Stefano y David y
otras 30 personas, estaban siendo procesadas por
delitos relacionados con el narcotráfico y el
lavado de activos y que trabajaban para el jefe
paramilitar Salvatore Mancuso.
Cristian cayó en la operación “Punto 50”,
mientras que su padre y sus hermanos lo hicieron
en “Operación Internacional Tiburón Galloway”,
en la cual capturaron 49 personas en Italia,
España y Colombia. Estas detenciones se
realizaron en una acción conjunta entre la
policía colombiana, la DEA y la policía
italiana. En la misma diligencia fueron ocupadas
con fines de extinción de dominio 36 propiedades
físicas y 45 cuentas bancarias por un valor de
$70.000 millones.
De acuerdo con las investigaciones, la
organización a la que pertenecía el clan Sale
“contaba con la infraestructura necesaria para
intervenir desde la producción de la droga en
laboratorios en los Llanos Orientales hasta el
transporte de la misma, contando con la
colaboración de grupos armados ilegales de la
región, quienes la movilizan por vía fluvial
hasta Venezuela, de donde era transportada
por varias rutas con destino final a
España e Italia”.
La policía colombiana aseguró que Cristian
Sale era “colaborador de su padre en el ingreso
a Colombia del dinero producto del narcotráfico
en Europa y de su inversión en las empresas de
propiedad de la familia”. Fue detenido en una
operación adelantada por las autoridades
italianas en contra de la mafia calabresa.
Marcela se enteró de la noticia en Europa,
donde se encuentra estudiando. Viajó en junio,
después de terminar una maestría en relaciones
internacionales en la Universidad Javeriana.
Su familia no quiere revelar dónde está y
ella no accedió a hablar con CROMOS, pero las
autoridades judiciales colombianas confirmaron
que en su contra no cursa ningún proceso penal.
Las autoridades colombianas tienen
información de que Marcela aún conserva algunos
bienes que heredó de su cónyuge alias ‘Don Efra’
y que Cristian, su segundo esposo, se habría
aprovechado de esta situación para robarle cerca
de un millón de dólares.
Incluso, familiares de Marcela aseguran que
antes de ser objeto de extinción de dominio,
ella le había arrendado a su suegro (Giorgio
Sale) el local de Unicentro –que le había dejado
‘Don Efra’– a un precio bastante inferior al
comercial. Curiosamente ese mismo inmueble fue
arrendado años después por la Dirección Nacional
de Estupefacientes a los almacenes Gino Pascalli
que, según las investigaciones judiciales, hace
parte de esta red internacional de lavado de
activos.
Los allegados a la ex reina, que ya está por
los 36 años y quiere vivir alejada del escándalo
con sus hijos de 10 y 5 años, aseguran que todas
sus desgracias le ocurrieron por ser demasiado
ingenua.
Parodiando la campaña de la Dirección
Nacional de Estupefacientes que les recomienda a
las jóvenes no involucrarse sentimentalmente con
“los traquetos”, uno de los familiares de
Marcela dijo: “El mensaje es para todas las
mujeres que se van a casar: nunca acepten
regalos de sus esposos, porque no saben lo que
pasará en el futuro”.
En
Cartagena, como reina, aseguró que los tres
males de Colombia eran el narcotráfico, la
guerrilla y la ausencia de
liderazgo.